Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


JAVIER CUCHÍ EN EL INCORDIO

La botella de vinagre


Cualquier persona adulta, saludable y normal que no sufra alergias ni padecimientos diversos, puede soportar sin problema alguno una gota de vinagre vertida directamente sobre su lengua; en cambio, dudo que haya mucha gente en el mundo que pueda coger una botella que contenga un litro de vinagre y beberse la mitad de un solo trago. Según se mire es curioso -a fin de cuentas, todo es vinagre y, en la hipótesis, el mismo vinagre- pero ningún distanciamiento con espíritu científico nos puede desviar de la opinión de que lo primero es algo completamente inocuo y lo segundo es una barbaridad que incluso podría tener graves consecuencias para la salud.




Esta historia del vinagre me la ha sugerido la lectura -horrorizada- de la última entrada de la página de la Asociación de Internautas, «¿Tienen ramificaciones el caso Gürtel y la SGAE?». No la leo por primera vez: anoche la estuvimos estudiando cuidadosa y atentamente todos los miembros de la Junta de la AI (creo que no divulgo ningún grave secreto diciéndolo) a la caza de alguna imprecisión, de algún error, de algo que pudiera provocar el toque de generala en el entero colegio de abogados de que la $GAE parece disponer para su exclusivo uso, cosa que no es que nos aterre, pero siempre es una molestia que cabe soslayar si puede hacerse a un precio barato. Y no. Todas las citas han sido comprobadas y, tras algunos ajustes -por si las moscas- y algunos añadidos -todos hemos metido cuchara documental en la cosa- en definitiva, el artículo está impoluto, limpio de polvo y paja calumniante, injuriosa y honorable, en lo civil, en lo penal y hasta en lo militar y lo canónico, al menos en lo que a nosotros respecta: todo lo que se dice está basado -cuando no cuidadosa y puntillosamente reproducido- en contenidos aparecidos en los medios de comunicación o en documentación elevada a instancias administrativas o judiciales por nosotros -la AI- o por terceros.

O sea que podríamos decir que el post no dice nada nuevo. No, podríamos decir, no: realmente no dice nada nuevo. Pero, claro, si vemos la fotografía en primer plano de un pino, vemos un pino; si esa misma fotografía amplía su campo hasta el gran angular y vemos todo el bosque, y la pendiente de la montaña, y la costa al fondo, y el cielo, y las nubes, es verdad que seguimos viendo el pino, el mismo pino, pero, insertado en un conjunto, ese pino, que sigue siendo tal en su individualidad, pasa a ser un elemento en un paisaje con mil detalles, con mil matices y, sobre todo, que constituye un conjunto, un todo unido, más allá del jodido pino.

¿Se entiende mejor ahora lo de la gota de vinagre?

Pues ese es el valor del artículo que comento. Llevamos meses -años, más probablemente- en los que, de cuando en cuando, nos caen gotitas de vinagre. Que si el anestesista (el alcalde de Barcelona, por entonces) le regala a la $GAE el antiguo «Studio 54», y allí tienes la foto con don Teddy, y las sonrisas y los parabienes. Bueno. Unos meses -o semanas- antes o después, que si la $GAE se hace con un palacio acojonante en Boadilla del Monte, palacio que va a destinar -dice- a sede de la Fundación Autor (una institución de las muchas del entramado ese que se trae la sociedad en cuestión). Vale. Tiempo antes o tiempo después, nos dicen que el Ayuntamiento de Valencia (o la Generalitat valenciana, o ambos) le dan a la $GAE el terrenito para que se monte su megatúmulo de no sé qué escuela de música. Joder. Y así, a pequeñas gotitas, va cayendo el vinagre sobre la lengua y lo vamos metabolizando, no tranquilamente, pero con resignación.

Pero, en un momento determinado, metes todas las gotitas en una sola botella. ¡Coño! A ver quién es el guapo que se bebe eso. Y, encima, resulta que en la botella no sólo hay vinagre sino que han ido a parar ahí también algunas gotitas de salsa de tabasco que reflejan caras que aparecen -en no muy buen lugar- en investigaciones judiciales sobre corrupción en gran escala. Y, claro, beberse esto de un trago es como aplicarse un soplete directamente sobre la garganta.

Es muy duro pero, sobre la realidad, está lo conceptual. Esta vez, las gotitas de tabasco no las forman políticos del PSOE -no es que estén, en absoluto, exentos de tabasco, es solamente que ahora no les toca, ya les tocará mañana como ya les tocó en el pasado- sino políticos del PP. Y esto es más grave todavía. No porque sea peor la corrupción en el PP que la que pueda haber en el PSOE, que no es peor, sino porque viendo hasta dónde llega la cosa, los ciudadanos podemos irnos preguntando si tenemos esperanza alguna.

Acusábamos al PSOE -y lo seguiremos haciendo, porque es así- de estar al servicio de la $GAE y de contravenir con ello frontalmente el interés de los ciudadanos; pero resulta -algunos ya lo sospechábamos y yo no me he privado de decirlo reiteradamente- que el PP juega exactamente a lo mismo y que la ilustre Salmones no era la excepción sino la regla. Siempre lo he sospechado, reitero, y siempre lo he dicho: en el todo vale para cascarle al PSOE cuando se está en la oposición, la $GAE y el canon están incluidos; cuando se está en el Gobierno, entonces la Salmones y toda su peña. Recordemos que pese a los notorios empeoramientos introducidos por el PSOE, la maravilla de Ley de Propiedad Intelectual de que gozamos se la debemos a Aznar y, dentro de sus gobiernos, más concretamente al señor Michavila, citado en cuestiones cuando menos poco estéticas en recortes de prensa que reproducimos en nuestro artículo y prolijamente condecorado por la propia $GAE en agradecimiento a los servicios prestados.

La conclusión, respecto a los políticos, cae por su peso y se resume en tres exactas palabras que odian tanto más en cuanto son perfectamente aplicables, reales y ciertas: todos son iguales.

¿Y los ciudadanos? Bueno, pues los ciudadanos a celebrar la festividad del día: San Joderse, que se conmemora todos y cada uno de los trescientos sesenta y cinco días del año, sin que nos hagan siquiera gracia del añadido al bisiesto. Ciudadanos que, por otra parte, no somos totalmente inocentes de lo que nos está pasando en este y en otros muchos temas, por no decir en prácticamente todos; y no somos inocentes porque estamos recibiendo los palos con una pasividad impropia de la acémila más mansa, del cabestro más conforme.

Queridos: no tenemos un problema de tal partido o de tal otro, ya lo veis. Tenemos un problema de sistema. Elegimos en su día -sin mayor opción: esto es lo que hay y o lo tomas tú o lo toman los del sable- una morfología democrática que, no siendo nada buena en sus inicios, con el paso del tiempo se ha ido corrompiendo notoriamente y esto ya es un auténtico orinal en el que la mierda rebosa a borbotones sin perdonar centímetro de borde. En aquella aciaga jornada de hace treinta años, dos meses y diecinueve días, entregamos todo el poder a los partidos políticos. Todo. Los ciudadanos sólo nos quedamos con la patética papeletita en la urna una vez cada cuatro años, pero una papeletita muy controlada, en la que están puestos unos señores que ni se sabe quién ni por qué los ha puesto ahí ni, de hecho, conocemos más allá de los cuatro o cinco primeros de la lista (y eso los que le prestamos alguna atención a la cosa). Lo tienen todo controlado: listas cerradas a piedra y lodo y una regla d’Hondt que garantiza que, salvo cuatro o cinco desgraciados más -ni eso si asumimos que los partidos nacionalistas de desgraciados, nada, al menos en el sentido que lo estoy diciendo-, todo el pastel se lo repartirán entre dos. Y para que no haya quejas ni nadie impugne seriamente el sistema, tenemos ocho mil municipios, cincuenta diputaciones provinciales, no sé cuántos consejos comarcales o similares, quince comunidades autónomas más dos ciudades ídem, y un Estado con tres cuerpos administrativos distintos, que dan para que todos tengan un lugar en el comedero. ¡Ah! Y para los jubilados, está el cementerio de los elefantes del europarlamento. La cantidad de gente arrimada a nuestros impuestos para, encima, cagarse en nuestros anhelos, aspiraciones e intereses se cuenta, como veis, por miles.

Yo, de verdad, no sé qué hacer, qué sugerir. La abstención no sirve (ellos mismos se mean de risa a costa de ella en nuestra barbas: mientras vote alguien, ya les va bien, el caso es repartir); votar a unos en vez de a otros, ya veis, al final, todos sirven al mismo amo. Propuse una vez votar extraparlamentario, que eso sí que podría meterles a estos un cartucho de dinamita en el culo: ni caso. Esto es una humilde bitacorita con media docena de lectores y, en todo caso, todavía hay millones de botarates que se creen que va a cambiar algo según se vote a unos o a otros. Hubo un conato en Catalunya (los tíos estos teledirigidos por Boadella y compañía) que, sí, bueno, en un principio causaron cierta alarma entre los nacionalistas pero, nada, han sido reconducidos al redil: ya que estás aquí, come y calla, hijo mío. Y con la UPyD o como se llame el tinglado de Rosa Díez, también ocasionalmente tentador, nada, en el fondo tampoco es prometedor, un poco de vindicación antinacionalista y para de contar: la foto de Rosa Díez con Teddy Bautista está cantada a poco que hubiera lugar.

Terrorífico. Se diría que no nos queda la menor esperanza. Se diría que -ante todo, por nuestra propia culpa- estamos absolutamente feudalizados a merced de quienes mueven los hilos de todo el sistema.

No me he ido por las ramas. Todo es así. Todo funciona así. El único servicio que nos presta la $GAE -muy a su pesar- es que gracias a ella podemos escenificar el abandono, la burla y la traición a que somos sometidos todos y sistemáticamente.

Ahí nos las han dado todas.

Opinión de Javier Cuchí en El Incordio


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