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   Noticias - 29/Agosto/99

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Telefonía sin tildes

FERNANDO LÁZARO CARRETER

Sin duda es muy loable la misión de acarrear palabras vivas, llevarlas de acá para allá, adonde y a quien se quiere, trajín que es propio de la telefonía. Además de loable, resulta pingüe para quienes se aplican a él. Y pues medran con el lenguaje, parece que nada debería resultarles más respetable; sin embargo, no muestran mucho miramiento con el que usan. Ahí tenemos a nuestra vieja compañía, hoy abreviada de nombre, casi en tanga, exhibiéndose en letreros por aquí y toda la América hispana como Telefonica, así, monda de tilde. Ni el baturro más hostil al esdrújulo se hubiera prestado a tanta demasía, pero sí los instruidos responsables de imagen que han aprobado el diseño. Lo han tramado quizá publicitarios foráneos a quienes la lengua española importa un pepión: ¿hubieran propuesto a una empresa francesa que se presentara como Telephonique, sin sus dos acentos, o que grandes carteles anunciasen el Theatre Chatelet? Caso de hacerlo, ¿no habrían quedado para septiembre? Si para colmo eran franceses, Dios sabe qué expiación les hubiera vedado vivir de anunciar.

Pues aquí no: su diseño gustó cuanto cabe a quienes decidían, juzgando irrelevante verter un poco más de escombro sobre este solar compartido que es la lengua española. Si surgió alguna aprensión ante la falta de virgulilla, quedó conjurada por el cayado con que han prolongado la efe para dejarlo caer sobre la o siguiente. Pensaron sin duda que los entendidos lo harían valer por tilde, y los otros, aire; o puerta, que es lo moderno.

Pues no: el acento gráfico pertenece a nuestro sistema de escritura igual que las letras; significa también o ayuda a significar: valido no equivale a válido, y périto califica culturalmente de suburbial. Nadie niega a la publicidad la licencia profesional de extrañar: atrae chocando. Pero carece de esa venia la simple rotulación, como aquí es el caso: nuestra lengua no puede ser tenida tan en poco. El diseñador debía haber encajado el acento con claridad en su letrero volando hacia la o como una saetilla, y no dejándoselo caer como estalactita o moco. A la empresa le ha complacido la ablación, y es cierto que, así, la palabra queda más yanqui; ¡lástima que la Academia acordara suprimir ph en 1803! No se previó la futura imagen visual de Telephonica.

Pero ¿quién tiene autoridad para evitar estas higas al lenguaje? Si no lo hace el Estado (Poncio Pilatos en esto de las lenguas), tampoco puede exigirse a las compañías privadas o semi. Y él mismo y las potestades varias que se reparten su poder ejercen de violadores con toda indemnidad. Me gustaría saber de un túnel que tenga en su boca el cartel de gálibo, con la tilde donde debe. Sin salir de la autovía, resulta raro el nombre de una población que, necesitándolo, aparece con ese trazo: ¿por qué razón se anuncia Ávila y a doce metros Avila y luego Ávila y poco después Avila? Y si se entra en las ciudades, verbigracia en Madrid, por la calle de Alcalá, donde las floristas, empieza uno a toparse con un caos acentual sobre puertas oficiales que han dado entrada y salida a innumerables potestades, todas desganadas en materia ortográfica.

Esta telefonía sin esa tilde (tiene otras) ha recibido considerable apoyo en su lucha contra el lenguaje común al irrumpir en el mercado otra empresa del gremio, y avisarlo en los medios de comunicación. La radio emite un anuncio que abrirá época, estoy seguro, en la historia de la publicidad, superando a aquel spot del matrimonio que se reía de cuando sólo podía beber agua: ahora pimpla gaseosa. Ese anuncio auguraba la era de la publicidad emética, que ha triunfado al fin con la invención de esta firma. Quiere azuzar aún más el desenfreno del telefonino (¿por qué no esta solución italiana en vez de móvil?), y, para ello, una voz sombría comunica por la radio: "Se derriten los helados en las manos, las parejas ya no se besan, las paellas quedan intactas sin que nadie se digne a probarlas...": tal catástrofe ocurre porque todo el mundo está llamando a sus parejas, parientes y conocidos preguntándoles hola, qué haces. ¿Verdad que ha de atraer muchos abonados esa visión de la gente con las manos chorreando praliné derretido, a los enamorados desamarrándose obligados por otra pasión mayor; y lo que aún causa más pasmo: la gente haciendo ascos a las paellas, con su rico pollo y sus gambas: todos lanzados como leones al loro portátil para inquirir qué está haciendo el contactado. Dando pompa a la cutrez, está ese dignarse a probarlas, con su a excedente, que pone rotundo marchamo analfabeto a esta presentación de la empresa.

En el haber del artefacto hay que contar, eso sí, su ventajoso empleo profesional en radio y televisión, que tanto bien hace a nuestro idioma. Gracias a él, en agosto han podido ser oídos cuentos de comunicadores de corte y provincia narrando fichajes y partidos de fútbol a punta de telefonino. Así han dado un meneo al idioma que lo ha dejado más joven aunque algo más bobo. Se ha contado, por ejemplo -gracias, Túa-, cómo se ha pagado por un as una cifra salomónica: ¿no es acertado ese adjetivo, siendo tan famosas las minas del gran rey de Israel? A otro corresponsal se le felicita desde Madrid por su prolija información, que ha durado minuto y medio, sobre un jugador enojado con su míster. No cabe mayor innovación que la de hacer elogioso el adjetivo prolijo. A la noche siguiente, el enfurruñado ya no lo está, lo cual, afirma el locutor de turno, nos congratula. Decir, como antes se hacía, que nos congratulamos (de ello) queda, no sé, como muy pleistoceno. Me repito: "Las paces de esos futboleros me congratulan", y siento que me he quitado veinte años de encima.

A lo que no he podido llegar aún es al alante universal de los contadores de partidos de fútbol y carreras: "Sólo hay un jugador alante", "va por alante un grupeto (¡así dicen!) de tres unidades" (o sea, corredores). Armándome de valor, probé este verano a usar el adverbio en el ascensor de un hotel, al advertir a un conocido magistrado que estaba impidiendo con su cuerpo el cierre de las puertas: "Entre usté, señor juez, pasé usté más alante", le dije. Y me lanzó una mirada inolvidable.

Pero el saldo es favorable al telefonino y a sus usuarios deportivos, y las empresas que lo propagan merecen hurras. El bártulo es muy práctico; multiplica hasta el infinito el poder audiovisual para alegrarle las pajarillas a la lengua española. Y como esto es bastante serio, no conviene echar los acentillos de unos a la mar, ni las paellas de otros a la basura.

Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia Española.

REPRODUCIDO DE EL PAIS