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OPINIÓN DE ENRIQUE DANS

Telegram y los procesos de adopción


Telegram es el último recién llegado al panorama de la mensajería instantánea, la aplicación que todo el mundo se está instalando y sobre la que todos hablan estos días, en un panorama que conozco bien debido a mi labor como asesor de Spotbros.




El lanzamiento oficial de la aplicación fue hace ya más de tres meses: tras Telegram están los emprendedores rusos Pavel y Nikolai Durov, protagonistas también del lanzamiento y desarrollo de VK, la red social líder en Rusia y segunda por número de usuarios en Europa, en la que mantenían una participación de la que parece ser que se han desprendido para dedicarse al lanzamiento de Telegram.

El rasgo diferencial más notorio de Telegram es el énfasis en la seguridad: licencia GPL, API abierta y cifrado aparentemente fuerte basado en una combinación propia de protocolos conocidos. Según los expertos en seguridad, y a pesar de los premios ofrecidos por la empresa a quienes logren vulnerar su sistema, ese énfasis en la seguridad es muy discutible, aunque la empresa parece estar saliendo bastante bien de la durísima revisión. Pero sin duda, podemos partir de una base clara: en comparación con el desastre que supone WhatsApp, casi cualquier alternativa es buena.

En efecto: el planteamiento de WhatsApp de “priorizamos la ingeniería” para después plantear un producto que no está en absoluto a la altura en seguridad es una barbaridad que me lleva a pensar que el fortísimo efecto pionero que ha disfrutado puede llegar a desvanecerse en no mucho tiempo. Ideas como “con los SMS teníamos todavía menos seguridad” o “no necesito tanta seguridad porque solo lo uso para charlas informales con mis amigos” son auténticas falacias: plantéate qué pasaría en el hipotético caso de una suplantación, a cuántos problemas distintos y de cierta gravedad podrías enfrentarte. El mal enfoque que WhatsApp ha dado a su producto en ese sentido solo es comparable con su inconsistencia a la hora de planificar el desarrollo de su modelo de negocio o su comunicación, a la que solo en los últimos meses han empezado a dar cierta importancia.

Disiento completamente, por tanto, con el análisis de “como se ha convertido en nombre genérico, quiere decir que está aquí para quedarse“: los procesos de adopción son raramente lineales, suelen estar sujetos a dinámicas que en muchas ocasiones son cambiantes e incluso caprichosas, y no es el primer líder que cae rápidamente a manos de otra alternativa. Por supuesto puedo equivocarme, pero para mí, WhatsApp fue el primer pionero que llenó el segmento de la mensajería instantánea con una herramienta sencilla y multiplataforma, un pionero que, tras haber desarrollado ese segmento, terminará por ser sustituido. Un caso más de “pionero muerto por las flechas de los indios”.

Y esto nos lleva al objeto de esta entrada, que no era hablar de Telegram y de sus características, sino analizar su proceso de adopción. En las últimas semanas, Telegram ha obtenido un fuerte protagonismo. Uno de sus fundadores, Pavel Durov, habla de cien mil instalaciones diarias y más de un millón de usuarios activos, y en España se citan cifras de 150.000 usuarios cada día. De nuevo, como ocurrió anteriormente con Line y con otras aplicaciones, España se convierte en un laboratorio de pruebas por las especiales características de nuestra sociedad en lo referente a los procesos de adopción.

¿Qué hace que Telegram obtenga esa pujanza en su proceso de difusión? En primer lugar, un planteamiento que está próximo al spam, pero por alguna razón, parece ser considerado aceptable: a partir del momento en que te instalas la aplicación, esta pasa a notificar a tus contactos de que lo has hecho, y comienza a notificarte a ti cuando cualquiera de ellos la instala a su vez. Este proceso conlleva, además de oportunidades ocasionales para saludar a alguien, un goteo constante que te lleva a mantener la aplicación en un primer plano privilegiado de tu memoria: durante un tiempo, no solo leeremos artículos como este y muchos otros sobre Telegram, sino que además recibiremos notificaciones a lo largo del día que nos avisan de que este y aquel contacto ya se lo ha instalado. Una forma de apalancar la parte social del proceso, de buscar la reafirmación del argumento en base a un principio de proximidad – a veces incluso de “autoridad” en función de quién sea el que se lo ha instalado – que pretende facilitar o influir nuestra decisión de adopción.

La siguiente frontera tras la instalación, está, por supuesto, en lograr el uso habitual. Con Line ya pudimos ver cómo las cifras de descargas no equivalían necesariamente a niveles elevados de uso: una campaña millonaria en televisión utilizando rostros famosos, e infinitas notas de prensa con acuerdos con las instituciones más conocidas del país determinaron una gran cantidad de descargas e instalaciones en los smartphones de medio país… y todo indica que un nivel de uso rayano en lo anecdótico o restringido a unos pocos colectivos con escasa representatividad numérica.

Lo más interesante de Telegram, por el momento, es la evolución del proceso de adopción que estamos empezando a experimentar en estas semanas. Un proceso de adopción que comienza habitualmente por los llamados “early adopters“ de la curva de Rogers, pero que precisa de un contagio rápido hacia la “early majority” para llegar a alcanzar carta de naturaleza, para convertirse de verdad en una historia de éxito. Si en breve presenciamos un proceso de sustitución de WhatsApp, será no solo mérito de la superioridad de la herramienta como tal, sino fundamentalmente de un buen diseño de la parte social de dicho proceso. Un tema delicado y aún no suficientemente estudiado, pero que cada día comprobamos que posee más influencia. En una sociedad intensamente conectada, la clave no solo está en tener un buen producto: puede estar en cómo diseñas tu proceso de adopción.

 

(This post is also available in English in my Medium page, “Telegram and adoption processes“)  Reproducido del blog de Enrique Dans


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