Futuro incierto, pero... ¿imperfecto?
Nuevamente me mueven al comentario algunas lecturas de esta semana. Por una parte, un artÃculo del profesor Jorge Cortell, «La rebelión de los libros» , que puede encontrarse en la página web de la Asociación de Internautas.
Otro de David de Ugarte, «La invasión de los ladrones de gremios» aparecido recientemente en la Bitácora de Las Indias. Y otro más que no es tal artÃculo sino una intervención del abogado Roberto Inchausti en Barrapunto, sobre las patentes de software , que ha llegado a ser citado incluso en la delirante página de Indymedia Barcelona, donde apenas ha generado polémica (ninguna, al momento de escribir estas lÃneas) muy probablemente porque los crÃos estos de mega-ultra-tope-izquierda-anarco-super-independentista y vete a saber qué más, son igual de deliberadamente ignorantes en materia de TIC que los polÃticos del sistema a quienes tan despiadadamente critican -con su razón- y a los que tanto se parecen.
¿Que relación tienen entre s� Superficialmente, poca.
Cortell dispara sapos y culebras contra la anunciada -y después de la publicación del artÃculo, reculada- supresión de las rebajas de los libros de texto por la vÃa de la apropiación del conocimiento que ello supone para llegar a proponer que digitalicemos (escaneemos en ese estrambótico pichinglis que usamos con excesiva frecuencia, por más que lo haya admitido la Real) los libros de texto para su difusión en archivo informático de forma gratuita y desinteresada, al modo de una guerra contra tanto abuso en el ámbito de la sacrosanta, delicadÃsima y tan maltratada enseñanza. Recomiendo la lectura Ãntegra del artÃculo porque este párrafo es insuficiente para comprenderlo en su Ãntegro y recto sentido, aunque baste a los efectos de este mÃo.
David de Ugarte se hace eco de la alarma creciente en el corporativismo periodÃstico por tanto “periodista aficionado” a que están dando lugar las bitácoras, calificando el fenómeno de intrusismo profesional.
Y, finalmente, Roberto Inchausti mueve ficha, en cierto modo provocativamente, respecto de las patentes de software, un tema en el que Europa se está jugando su futuro tecnológico (o sea, todo su futuro) en medio de la indiferencia de los ciudadanos que, en su ignorancia, pagarán carÃsimo (no sé si con su sangre, pero seguro, seguro, que con su pan) su menfoutisme tecnológico.
Pero, en realidad, los tres confluyen en lo mismo, intencionadamente o no: los grandÃsimos cambios a los que va a llevar (está llevando ya) la Red. Cuando hace unos años algunos dijimos (me incluyo modestamente) que la informática e internet iban a suponer una verdadera revolución industrial muchÃsimo más importante que las anteriores pocos nos creyeron; cuando por fin nos creyeron, tuvimos que cambiar el argumento, a la vista de la evolución del asunto, para decir, muy poquitos años después, que las TIC no iban a ser una simple revolución polÃtica o económica, sino un verdadero punto de inflexión en la Historia y, desde luego, en los modelos sociales, polÃticos y económicos y no nos creyeron y seguirán sin creernos hasta que la realidad los haga bajar del burro.
No estamos ante un cambio ideológico como el que supuso el cristianismo al sustituir a la cultura romana, según el humanismo histórico; no estamos ante un cambio económico, como el paso de un modo de producción feudal a un modo de producción capitalista, según el materialismo histórico; no estamos ante un cambio geopolÃtico como el que supuso la Conferencia de Yalta o la caÃda del Muro de BerlÃn y del aparato comunista: estamos ante un cambio tal que las expresiones “ideologÃa dominante”, “modo de producción” o las palabras como “geopolÃtica”, pueden incluso caer en la obsolescencia.
En un entorno más inmediato, esto está afectando a los derechos de autor y a la llamada (mal llamada) propiedad intelectual que se defiende no como gato, sino como tigre panza arriba, pero también, como vamos viendo, a algunas profesiones (y paulatinamente, a muchas más), todos ellos en una guerra tan dramática como para ellos perdida.
La propiedad intelectual sólo fue posible aprovechando la existencia material y de propiedad restringida y censable de la maquinaria necesaria para la reproducción: la imprenta, la estampación de discos, etcétera, todo ello perfectamente controlable. En el momento en que la maquinaria necesaria para la reproducción se convierte en un electrodoméstico y, por tanto, no es censable (no hay que matricular al ordenador como si fuera un vehÃculo), su posesión es, por tanto masiva, y es apta para reproducir y retransmitir material sujeto, por fuerza e imperio de la ley, a propiedad privada.
La discusión que aún no se ha iniciado, que convendrÃa iniciar y que seguramente no llegará a iniciarse porque la realidad dejará atrás esa necesidad, es la oposición -si la hay- entre la naturaleza democrática de la ley y su naturaleza ética, es decir, si una ley que de hecho está siendo contestada por una gran masa social por vÃa de su incumplimiento más olÃmpico debe decaer o, por el contrario, cabe sobreponer el imperativo ético del bien protegido por la norma al imperativo democrático. Pero, claro, entonces la discusión se llevarÃa a cuál es la naturaleza y origen de la ética que da lugar a la norma, lo que cerrarÃa nuevamente el cÃrculo en torno a la democracia y a la mayorÃa como fuentes de mandatos morales, además de como fuentes originarias del derecho.
Un debate filosófico, ético y jurÃdico de altÃsimos vuelos que la ciudadanÃa ha obviado por vÃa de hecho y ha podido hacerlo porque, al contrario que derechos como la vida o la integridad fÃsica, la propiedad del conocimiento está cuestionada, guste o no a quienes disfrutan de dicha propiedad, digan lo que digan los códigos civil y penal y ese cagallón denominado Ley de la Propiedad Intelectual. En estos momentos, la sociedad está viendo cualquier obstáculo legal al libre acceso al conocimiento como un acto de tiranÃa. Y no sólo el ciudadano individual: cuando Sudáfrica anunció que iba a fabricar por la cara medicación patentada para luchar contra el SIDA y ahà se las dieran todas, y obligó a los laboratorios farmacéuticos a negociar precios a la baja, estaba participando muy planificadamente en esa rebelión contra la propiedad del conocimiento.
Los músicos ven su obra divulgada y compartida (¡¡y se quejan!!); a los escritores les pasará otro tanto tan pronto existan medios técnicos fiables y cómodos para la lectura electrónica; los periodistas ven que los aficionados, poco profesionales académicamente, pero garantes de una mayor honestidad al no estar extorsionados por sus editores, les estamos comiendo el terreno a través de la red porque, carentes de condicionamiento alguno, vamos directos y descarnadamente, sin la menor censura editorial, a lo que interesa al común de los ciudadanos; y si yo digo imbecilidades, no las dirá el de la bitácora de al lado, pero eso, lo imbécil o no de un contenido, queda al exclusivo juicio del lector, lo que no le permite la prensa convencional en la que un medio parece fotocopiado de otro salvo en el servicio a tal partido o a tal interés económico, corporativo, ideológico o fáctico. Sólo los foros y las bitácoras en internet han podido, por ejemplo, obligar a los medios de comunicación del sistema a divulgar noticias crÃticas o negativas sobre la familia real española, práctica considerada anatema hasta hace no más de tres o cuatro años. Pero los foristas, los bitacoristas, los abonados a listas de correo, no estamos trabados por pactos de reptiles suscritos en las alcantarillas gubernamentales y en las mediáticas. Además, somos gratuitos. Y aquÃ, en la red, no hay censura posible o, por lo menos, fácil.
El número de profesiones afectadas por reconversiones radicales o que incluso pueden llegar a desaparecer es grandÃsimo, y eso a medio plazo, mucho, muchÃsimo antes de culminarse ese vuelco histórico anunciado.
Si las previsiones de cambio son tremendas, a la vista de lo visto y de lo previsto, produce escalofrÃos de vértigo pensar a dónde se podrá llegar con lo ahora imprevisible e inimaginable. Muchos estudiosos de la red sostienen -y yo tiendo, en general, a creerlos- que estamos en su Edad de Piedra.
¿Qué pasará cuando se invente el fuego?
Javier Cuchà es miembro de la Asociación de Internautas
¿Que relación tienen entre s� Superficialmente, poca.
Cortell dispara sapos y culebras contra la anunciada -y después de la publicación del artÃculo, reculada- supresión de las rebajas de los libros de texto por la vÃa de la apropiación del conocimiento que ello supone para llegar a proponer que digitalicemos (escaneemos en ese estrambótico pichinglis que usamos con excesiva frecuencia, por más que lo haya admitido la Real) los libros de texto para su difusión en archivo informático de forma gratuita y desinteresada, al modo de una guerra contra tanto abuso en el ámbito de la sacrosanta, delicadÃsima y tan maltratada enseñanza. Recomiendo la lectura Ãntegra del artÃculo porque este párrafo es insuficiente para comprenderlo en su Ãntegro y recto sentido, aunque baste a los efectos de este mÃo.
David de Ugarte se hace eco de la alarma creciente en el corporativismo periodÃstico por tanto “periodista aficionado” a que están dando lugar las bitácoras, calificando el fenómeno de intrusismo profesional.
Y, finalmente, Roberto Inchausti mueve ficha, en cierto modo provocativamente, respecto de las patentes de software, un tema en el que Europa se está jugando su futuro tecnológico (o sea, todo su futuro) en medio de la indiferencia de los ciudadanos que, en su ignorancia, pagarán carÃsimo (no sé si con su sangre, pero seguro, seguro, que con su pan) su menfoutisme tecnológico.
Pero, en realidad, los tres confluyen en lo mismo, intencionadamente o no: los grandÃsimos cambios a los que va a llevar (está llevando ya) la Red. Cuando hace unos años algunos dijimos (me incluyo modestamente) que la informática e internet iban a suponer una verdadera revolución industrial muchÃsimo más importante que las anteriores pocos nos creyeron; cuando por fin nos creyeron, tuvimos que cambiar el argumento, a la vista de la evolución del asunto, para decir, muy poquitos años después, que las TIC no iban a ser una simple revolución polÃtica o económica, sino un verdadero punto de inflexión en la Historia y, desde luego, en los modelos sociales, polÃticos y económicos y no nos creyeron y seguirán sin creernos hasta que la realidad los haga bajar del burro.
No estamos ante un cambio ideológico como el que supuso el cristianismo al sustituir a la cultura romana, según el humanismo histórico; no estamos ante un cambio económico, como el paso de un modo de producción feudal a un modo de producción capitalista, según el materialismo histórico; no estamos ante un cambio geopolÃtico como el que supuso la Conferencia de Yalta o la caÃda del Muro de BerlÃn y del aparato comunista: estamos ante un cambio tal que las expresiones “ideologÃa dominante”, “modo de producción” o las palabras como “geopolÃtica”, pueden incluso caer en la obsolescencia.
En un entorno más inmediato, esto está afectando a los derechos de autor y a la llamada (mal llamada) propiedad intelectual que se defiende no como gato, sino como tigre panza arriba, pero también, como vamos viendo, a algunas profesiones (y paulatinamente, a muchas más), todos ellos en una guerra tan dramática como para ellos perdida.
La propiedad intelectual sólo fue posible aprovechando la existencia material y de propiedad restringida y censable de la maquinaria necesaria para la reproducción: la imprenta, la estampación de discos, etcétera, todo ello perfectamente controlable. En el momento en que la maquinaria necesaria para la reproducción se convierte en un electrodoméstico y, por tanto, no es censable (no hay que matricular al ordenador como si fuera un vehÃculo), su posesión es, por tanto masiva, y es apta para reproducir y retransmitir material sujeto, por fuerza e imperio de la ley, a propiedad privada.
La discusión que aún no se ha iniciado, que convendrÃa iniciar y que seguramente no llegará a iniciarse porque la realidad dejará atrás esa necesidad, es la oposición -si la hay- entre la naturaleza democrática de la ley y su naturaleza ética, es decir, si una ley que de hecho está siendo contestada por una gran masa social por vÃa de su incumplimiento más olÃmpico debe decaer o, por el contrario, cabe sobreponer el imperativo ético del bien protegido por la norma al imperativo democrático. Pero, claro, entonces la discusión se llevarÃa a cuál es la naturaleza y origen de la ética que da lugar a la norma, lo que cerrarÃa nuevamente el cÃrculo en torno a la democracia y a la mayorÃa como fuentes de mandatos morales, además de como fuentes originarias del derecho.
Un debate filosófico, ético y jurÃdico de altÃsimos vuelos que la ciudadanÃa ha obviado por vÃa de hecho y ha podido hacerlo porque, al contrario que derechos como la vida o la integridad fÃsica, la propiedad del conocimiento está cuestionada, guste o no a quienes disfrutan de dicha propiedad, digan lo que digan los códigos civil y penal y ese cagallón denominado Ley de la Propiedad Intelectual. En estos momentos, la sociedad está viendo cualquier obstáculo legal al libre acceso al conocimiento como un acto de tiranÃa. Y no sólo el ciudadano individual: cuando Sudáfrica anunció que iba a fabricar por la cara medicación patentada para luchar contra el SIDA y ahà se las dieran todas, y obligó a los laboratorios farmacéuticos a negociar precios a la baja, estaba participando muy planificadamente en esa rebelión contra la propiedad del conocimiento.
Los músicos ven su obra divulgada y compartida (¡¡y se quejan!!); a los escritores les pasará otro tanto tan pronto existan medios técnicos fiables y cómodos para la lectura electrónica; los periodistas ven que los aficionados, poco profesionales académicamente, pero garantes de una mayor honestidad al no estar extorsionados por sus editores, les estamos comiendo el terreno a través de la red porque, carentes de condicionamiento alguno, vamos directos y descarnadamente, sin la menor censura editorial, a lo que interesa al común de los ciudadanos; y si yo digo imbecilidades, no las dirá el de la bitácora de al lado, pero eso, lo imbécil o no de un contenido, queda al exclusivo juicio del lector, lo que no le permite la prensa convencional en la que un medio parece fotocopiado de otro salvo en el servicio a tal partido o a tal interés económico, corporativo, ideológico o fáctico. Sólo los foros y las bitácoras en internet han podido, por ejemplo, obligar a los medios de comunicación del sistema a divulgar noticias crÃticas o negativas sobre la familia real española, práctica considerada anatema hasta hace no más de tres o cuatro años. Pero los foristas, los bitacoristas, los abonados a listas de correo, no estamos trabados por pactos de reptiles suscritos en las alcantarillas gubernamentales y en las mediáticas. Además, somos gratuitos. Y aquÃ, en la red, no hay censura posible o, por lo menos, fácil.
El número de profesiones afectadas por reconversiones radicales o que incluso pueden llegar a desaparecer es grandÃsimo, y eso a medio plazo, mucho, muchÃsimo antes de culminarse ese vuelco histórico anunciado.
Si las previsiones de cambio son tremendas, a la vista de lo visto y de lo previsto, produce escalofrÃos de vértigo pensar a dónde se podrá llegar con lo ahora imprevisible e inimaginable. Muchos estudiosos de la red sostienen -y yo tiendo, en general, a creerlos- que estamos en su Edad de Piedra.
¿Qué pasará cuando se invente el fuego?
Javier Cuchà es miembro de la Asociación de Internautas