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La nueva política se hace en la red

La nueva política se hace en la red


La historia sería bonita si hubiera terminado bien. Pero no, no terminó bien. Lo ocurrido el pasado jueves 20 de Diciembre en el Congreso de los Diputados con la votación del canon fue, esperemos, uno de los postreros estertores de toda una manera de hacer política: la política que no tiene ningún reparo en ir completamente en contra de la voluntad popular, en contra de los intereses de los electores. La política que únicamente escucha a los lobbies organizados, a los que tienen el poder para llamar directamente a los representantes políticos de todos los españoles para pedirles explicaciones o hacerles cambiar el sentido de su voto. Una cercanía a los lobbies de poder y un alejamiento de la voluntad ciudadana tal, que debería hacer que muchos de los ocupantes de esos escaños, supuesto cimiento de la democracia, saliesen de ellos avergonzados y no volviesen jamás, por haber defraudado claramente la voluntad de quienes les pusimos ahí.

La cosa no tenía porqué haber sido así. Toda la red, la calle y la opinión pública echaba humo con las protestas que remarcaban la injusticia del canon, los principales periódicos habían dedicado al tema artículos, columnas de opinión y encuestas con resultados aplastantes, los diputados habían recibido oleadas de mensajes de ciudadanos indignados que pedían que su voz fuese escuchada. Pero nada. No pasó nada. La democracia española se limitó a dar una decepcionante muestra de hasta qué punto no está preparada para que los ciudadanos expresen su voz. Demostró el triunfo de la política de los favores, de cómo favorecer a un culturetariado que se echa a la calle en modo “la voz de su amo” cuando es preciso para ganar votos, para protestar contra lo que haya que protestar, a cambio de un bochornoso subsidio repartido con los criterios más absurdos que jamás hemos visto. La política asquerosa, la de la compra de voluntades, la de la negociación con lo innegociable, la de “unos ciudadanos son más iguales que otros”. El espectaculo de ver a los supuestos representantes de todos los españoles subirse al estrado para decir estupideces y mentiras, para justificar su voto o su abstención, para decir que “sin canon serían ilegales las descargas” o que “es preciso compensar a los autores contra el daño que les produce Internet” (cuando hoy sabemos que Internet debería ser para ellos la mayor de las bendiciones y toda una fuente de negocio viable) fue una verdadera vergüenza. Los teóricos “representantes de nuestra democracia” llegaron a comentar en el estrado “el revuelo”que se había organizado en torno al tema del canon, pero se mostraron completamente sordos a tal “revuelo”: si la SGAE aprieta y hay que pagar favores, la voluntad del pueblo da exactamente lo mismo.

Que vayan poniendo sus barbas a remojar. Las cosas no van a ser siempre así. En democracias más maduras, con representantes provistos del natural sentido de la vergüenza, las cosas cambian cuando la ciudadanía expresa su voz. En Canadá, por ejemplo, la introducción de la Digital Millenium Copyright Act (DMCA) el pasado 13 de Diciembre fue detenida cuando un grupo de activistas encabezados por Michael Geist con el apoyo del también canadiense Cory Doctorow consiguieron que miles de personas reflejasen en sus páginas su desacuerdo e inundasen de mensajes y llamadas las oficinas de sus representantes políticos, que parece que, al contrario que como sucede en España, sí tienen cierta vocación por representarlos.

Si hay algo con respecto a lo que la política no puede estar al margen es la voluntad popular. Internet, como muchas empresas saben ya, es una manera ideal de conectar con la voluntad de la mayoría, de pulsar la opinión. Mientras empresas de todo el mundo empiezan, cada día más, a basar muchas de sus decisiones de gestión en las tendencias que detectan en la red, la política insiste en sus errores y se desconecta de ésta, con unas elecciones ante sí en las que está perfectamente claro que Internet jugará un papel fundamental. Con el canon nos han ganado una batalla. Ya veremos quien acaba ganando la guerra.

Reproducido del blog de Enrique Dans