Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


Yo me acuso


Hace poco más de un mes mi ordenador recibió el cálido abrazo de un virus. Llegó de repente, sin previo aviso. Como tiene que ser.





Guillermo Rodríguez en Libertad Digital .-- El monitor se apagó solo. Apenas navegaba dos minutos, me saltaba un mensaje en el que se me advertía de que, por un fallo en el sistema, la sesión se reiniciaría automáticamente. Descarté achacarle el fallo a la edad del ordenador porque, precisamente, lo estaba estrenando. Supuse, inocente, que se debía a alguna pieza colocada erróneamente en fábrica, a un cable mal conectado o a una nefasta configuración de la Red. Cualquier cosa menos que reconocer que había sido atacado por un virus.

Durante los dos minutos que tenía para navegar pude consultar el origen del problema. El gusano “Blaster”, ese sobre el que había escrito en numerosas ocasiones, había llamado a la puerta de mi CPU para quedarse. Me costó cierto esfuerzo eliminarle, no por falta de conocimientos o de ayuda en páginas web, sino por carencia de tiempo: debía fulminarle en los dos minutos que tenía de plazo por sesión.

Una vez subsanado el problema me puse a recordar. El ordenador era nuevo y no me había dado tiempo a instalar ni un antivirus ni un firewall. Pero no era una justificación válida. Yo me acuso: mi antiguo ordenador sobrevivió cinco años sin emplear un solo segundo en protegerle de ataques externos en la Red.

Había cometido uno de los mayores ‘delitos’ online: no colocarle una coraza a mi disco duro. Pero es que además la pena (si existiera) debería ser capital, ya que he escrito numerosos artículos comentando las fechorías de los cientos de virus que se propagan impunemente por la Red año tras año. Es decir, conozco los desaguisados que pueden crear. Aún así había confiado en no sé qué Dios de los internautas incautos.

Mi pifia me confirmó lo que siempre había intuido: el daño que causan los virus no se debe tanto a su eficacia sino a la desidia de los internautas a la hora de protegerse.

Casi todos los días se publican noticias que detallan la aparición de nuevos agujeros en el sistema operativo Windows. Por supuesto que por ello Microsoft tiene parte de responsabilidad a la hora de que se infecten miles de ordenadores todos los días. Pero no es el principal culpable. El título habría que concedérselo a los usuarios, garantes de ponerle el cinturón de seguridad a su ordenador. Porque, con todas las críticas que pueda recibir la empresa de Bill Gates por comercializar software con más agujeros que un queso gruyère, también debe alabarse su capacidad de reacción en cuanto se descubre un nuevo virus. Incluso advirtiendo Microsoft de su peligrosidad, muchos usuarios prefieren pasar de largo y seguir navegando a pecho descubierto.

En el caso de los virus informáticos es válido el dicho de que uno no es consciente de un problema hasta que lo tiene delante. En mi caso he tratado de redimirme instalando un antivirus y un firewall, así como descargando todas las actualizaciones que me llegan desde Microsoft. Acorazarse es un proceso tedioso, pero a la larga compensa. Sobre todo porque ahora sé que tengo menos posibilidades de que un día me tire de los pelos al descubrir que todos mis archivos se han borrado o que mi equipo se apaga solo.

No siempre es acertado achacarle el error a los demás aunque, insisto, también sean en parte responsables. En estos casos, lo más apropiado es entonar un mea culpa y hacer todo lo posible para que el desaguisado no se vuelva a producir.


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