Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


Éramos pocos y parió ONO


Hasta ahora, quiero decir, toda la vida de Dios, los monopolios españoles han tenido sometida a la ciudadanía a una especie de sodomización –metafórica, por supuesto– que hacía imposible el éxito de cualquier protesta o reclamación contra ellos en caso de injusticia.





Como norma recurrente, no sólo hubo que acatar las inveteradas decisiones de los más fuertes, sino que había que andarse con mucho tiento para que los tales no se revolvieran contra el currito de a pie y tomaran las oportunas represalias. Y no seré yo quien cante todavía victoria.

Las compañías eléctricas y la Telefónica se han caracterizado durante el siglo XX, especialmente en su segunda mitad, por pisotear los derechos de sus abonados, esgrimiendo altas dosis de arrogancia y prepotencia que algunos de sus empleados sabían administrar a plena satisfacción de sus amos.

Nos han instalado cuantos cables, postes y ángulos han considerado oportuno –para sus fines, claro– en nuestras azoteas, paredes y demás elementos exteriores de los inmuebles, sin consentimiento previo de sus dueños. Ítem más: a veces con alevosía, aprovechando la ausencia de los habitantes de la casa objeto de sus operaciones.

La cuestión es que o dabas la conformidad a machamartillo y tragabas con la imposición, o te podían arruinar la vida al amanecer. Y claro, tragabas hasta la nuez, digo que si tragabas.

Parece que ahora le asisten más derechos al ciudadano y se han creado organismos que, con más o menos lentitud y diligencia, pueden hacer que se reparen determinados desaguisados cometidos por cualquier empresa, ya sea pública o privada.

Es el caso de la compañía de telecomunicaciones ONO, que pretendía aumentar la maraña de cables existente en las fachadas del casco antiguo de la ciudad con la incorporación de su red. Naturalmente, ni los propietarios de los inmuebles –al menos muchos de ellos– lo han consentido ni el ayuntamiento lo ha permitido.

Los cartageneros, como los habitantes de otras ciudades, llevamos ya mucho tiempo soportando las molestias que ONO está ocasionando con el soterramiento de sus líneas, aun cuando la compañía tenga la deferencia de instalar en lugar visible el clásico cartelito con la inscripción «Perdonen las molestias. Trabajamos para usted». Bueno, para mí, pero sobre todo para ustedes; no nos confundamos, porfa.

Está claro que podemos y debemos perdonar las molestias que dichas obras llevan consigo, especialmente en lo que concierne al tráfico rodado por la ciudad y, a más a más, que diría el ya breve Honorable Pujol, en las horas punta. Es decir, que éramos pocos y parió ONO.

No obstante, la operadora lleva dado el suficiente coñazo como para que, además, haya intentado –sin éxito por ahora– incrementar la deplorable imagen que ofrecen los cables en todo el casco urbano, tanto en fachadas como aéreos.

Pero con independencia de esto último, y a fin de dejar los menos cables sueltos, también conviene tener presente que las nuevas tecnologías –llámense teléfonos celulares, Internet, televisión digital...– a las cuales nos asimos los mortales con gran avidez para nuestro particular recreo, o con objeto de que el trabajo resulte más rentable, rápido, eficaz, etcétera, conllevan una serie de servidumbres humanas que indefectiblemente hemos de admitir, pues ya se sabe que no existe pez gordo y que pese poco.

Debemos mentalizarnos de que hay que sufrir molestias, eso es evidente; pero siempre dentro de un orden y, por supuesto, no queriéndose retrotraer a las andadas, cuando o te dejabas sodomizar o te podían cortar el servicio con cualquier pretexto fútil. Demasiadas posturas hemos adoptada ya.

http://www.la-verdad.com/pg010601/suscr/cartage06.htm


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