La primera defendió la inversión de fondos públicos, no sólo para la conservación y difusión del patrimonio, sino para la producción de cultura: "cuando el sector de la cultura recibe fondos públicos parece que lo recibe como situación especial, como favor, y debemos ser capaces de reflexionar que todo ese dinero se canaliza para una necesidad vital y para que una sociedad exista más allá de unas circunstancias que sólo tienen que ver con la economía... Las ayudas a la cultura no son muy diferentes de cuando se dedica dinero público a los astilleros, la sanidad o la educación". El segundo defendió la independencia de los creadores gracias a la tutela de la SGAE que hace de ellos "un sector combativo, que protesta y dice las verdades del barquero" frente a "ese modelo de creadores dóciles y serviles que sobreviven con patrocinios, mecenazgos u órdenes religiosas" gracias a "su independencia económica a partir de los recursos que legítimamente les pertenecen y nadie les regala, una labor en la que la SGAE suma ya 105 años de trabajo y experiencia".
¿En qué quedamos? ¿Son independientes y combativos gracias a sus ingresos o un sector en crisis que depende de patrocinios que generan docilidad y servilismo? ¿Qué pasa con esta rara cosa de la creación para que exija idéntico tratamiento que los astilleros, la sanidad o la educación? ¿Qué tendrían que decir sobre esta comparación y este uso del dinero público los obreros de astilleros, los pacientes en lista de espera o los padres que padecen las limitaciones de los recursos educativos? ¿No será que quieren estar a la vez dentro y fuera del mercado, gozar de la libertad de los creadores puros pero no asumir los sacrificios que ésta exige, tener a la vez la libertad de James Joyce (sin su talento) y los dineros de Stephen King (sin su habilidad)?
Tal vez la clave del conflicto esté en la soberbia que ha inscrito en la Declaración de Barcelona esta frase: "Recordemos a los poderes públicos que no estamos aquí para amenizar el tiempo libre, sino para contribuir a la fiesta de la movilización social". Vaya por Dios. Ahora comprendemos por qué la SGAE no basta, y ha de acudir el Ministerio en ayuda de estos agitadores sociales subvencionados. Entretener o producir placer y emociones a través de obras que "también" definan lo humano y lo expresen, agiten y transformen ?como hicieron Shakespeare, Händel, Cervantes, Bach, Lope de Vega, Mozart, Dickens o Hugo? es poca cosa para estos creadores nuestros. Han sido, además de soberbios, redundantes: ya sabíamos de muchas de sus obras no amenizan nuestro tiempo libre. Por eso nos las vemos o compramos y han de ser considerados una "excepción cultural" subvencionada.
Opinión de Carlos Colón en el Diario de Sevilla
¿En qué quedamos? ¿Son independientes y combativos gracias a sus ingresos o un sector en crisis que depende de patrocinios que generan docilidad y servilismo? ¿Qué pasa con esta rara cosa de la creación para que exija idéntico tratamiento que los astilleros, la sanidad o la educación? ¿Qué tendrían que decir sobre esta comparación y este uso del dinero público los obreros de astilleros, los pacientes en lista de espera o los padres que padecen las limitaciones de los recursos educativos? ¿No será que quieren estar a la vez dentro y fuera del mercado, gozar de la libertad de los creadores puros pero no asumir los sacrificios que ésta exige, tener a la vez la libertad de James Joyce (sin su talento) y los dineros de Stephen King (sin su habilidad)?
Tal vez la clave del conflicto esté en la soberbia que ha inscrito en la Declaración de Barcelona esta frase: "Recordemos a los poderes públicos que no estamos aquí para amenizar el tiempo libre, sino para contribuir a la fiesta de la movilización social". Vaya por Dios. Ahora comprendemos por qué la SGAE no basta, y ha de acudir el Ministerio en ayuda de estos agitadores sociales subvencionados. Entretener o producir placer y emociones a través de obras que "también" definan lo humano y lo expresen, agiten y transformen ?como hicieron Shakespeare, Händel, Cervantes, Bach, Lope de Vega, Mozart, Dickens o Hugo? es poca cosa para estos creadores nuestros. Han sido, además de soberbios, redundantes: ya sabíamos de muchas de sus obras no amenizan nuestro tiempo libre. Por eso nos las vemos o compramos y han de ser considerados una "excepción cultural" subvencionada.
Opinión de Carlos Colón en el Diario de Sevilla