Esos organismos públicos con vitola de independientes no deben, no pueden ser, enemigos de los gobiernos, no son oposición, son Estado y, como tal, leales al Gobierno de turno; pero sobre todo leales a su función, a su independencia y al bien común; es decir, al ciudadano. Los bancos centrales cuentan entre los primeros organismos de este cuño (el de Inglaterra data de finales del siglo XVII), y más tarde, a finales del XIX, fue el Gobierno norteamericano el primero que dio pasos adelante en este sentido con la Comisión Federal de Comercio, que tenía como misión defender la libertad y la competencia. De entonces acá, la emergencia de esos organismos independientes, no partidistas, fundados en su propia capacidad y buena reputación, ha sido creciente hasta convertirse en moda.
En España, semejantes organismos empezaron a proliferar hace una década, pero aún están por madurar. Su independencia efectiva está por acreditar. Todos los gobiernos se han llenado la boca prometiendo distancia y respeto hacia esos organismos, pero en la práctica no ha sido así; les han utilizado para colocar amigos, no se han preocupado de reforzar su prestigio con buenas designaciones, y no se han aguantado las ganas de manipularlos y dirigirlos en la distancia.
La decisión política de trasladar la CMT a Barcelona puede ser legítima, pero la forma de ejecutarla es desastrosa. Se salta la independencia del organismo y revela un autoritarismo inaceptable. Había alternativas y procedimientos sobrados para hacer lo mismo, pero hacerlo bien. Aquí el talante se ha ido por el desagüe. En este caso se ha evidenciado un nacionalismo avaro y táctico que cobra botín sin reparar en el precio, ni en consecuencia no previstas.
La presión desplegada sobre el ex presidente de la CMT ha sido tan desmesurada como innecesaria y su dimisión supone un desgaste para el Gobierno que podía haberse ahorrado. ¿Serán capaces Montilla y Solbes de designar ahora para el cargo a una persona capaz de reparar lo roto? Lo previsible es que llegue un amigo o el amigo de un amigo (sobran pretendientes) que consolide la dependencia efectiva de los presuntos independientes. Y así no madura la democracia; por el contrario, se consagra el lampedusismo de cambiar para que todo siga igual.
Fernando González Urbaneja en La Estrella Digital
En España, semejantes organismos empezaron a proliferar hace una década, pero aún están por madurar. Su independencia efectiva está por acreditar. Todos los gobiernos se han llenado la boca prometiendo distancia y respeto hacia esos organismos, pero en la práctica no ha sido así; les han utilizado para colocar amigos, no se han preocupado de reforzar su prestigio con buenas designaciones, y no se han aguantado las ganas de manipularlos y dirigirlos en la distancia.
La decisión política de trasladar la CMT a Barcelona puede ser legítima, pero la forma de ejecutarla es desastrosa. Se salta la independencia del organismo y revela un autoritarismo inaceptable. Había alternativas y procedimientos sobrados para hacer lo mismo, pero hacerlo bien. Aquí el talante se ha ido por el desagüe. En este caso se ha evidenciado un nacionalismo avaro y táctico que cobra botín sin reparar en el precio, ni en consecuencia no previstas.
La presión desplegada sobre el ex presidente de la CMT ha sido tan desmesurada como innecesaria y su dimisión supone un desgaste para el Gobierno que podía haberse ahorrado. ¿Serán capaces Montilla y Solbes de designar ahora para el cargo a una persona capaz de reparar lo roto? Lo previsible es que llegue un amigo o el amigo de un amigo (sobran pretendientes) que consolide la dependencia efectiva de los presuntos independientes. Y así no madura la democracia; por el contrario, se consagra el lampedusismo de cambiar para que todo siga igual.
Fernando González Urbaneja en La Estrella Digital