Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


Usos y abusos


Lleva varios días Alfredo Conde contando sus cuitas con Telefónica. No he tenido yo problemas con esta compañía; por el contrario, me han tratado bien. Pero no regatearé mi solidaridad al escritor de Allariz. Y no sólo en razón de su advertencia de que aquellas cuitas en cualquier momento pueden sernos propias, sí que también por razones de índole más general, aunque la primera bastaría, pues afligido ando, sino por Telefónica, por R.




José Vilas Nogueira en el Correo Gallego. Tengo contratado el servicio telefónico con esta compañía, tan escueta de nombre como de buena práctica comercial. Incluye el servicio la línea ADSL, no sé si con router o sin router (que no entiendo de esto) y una plataforma televisiva. Como abandono la vivienda en que recibía el servicio, llamo, no sin aprensión, pues sé cómo se las gastan estas gentes, al correspondiente número telefónico. Sigue a la llamada concierto y exhibición de posibilidades alternativas de teclas a tocar, similares a los descritos por Conde. No abundaré por tanto en estos amenos pormenores, con los que les supongo ya familiarizados. Abrumado por tal despliegue, indeciso sobre qué rúbrica acogerá mejor mi pretensión, aguardo al final de la retahíla y pulso la última tecla, probable refugio para usuarios inexpertos y demandas incómodas.

Una empleada me atiende. Le digo que me quiero dar de baja. Me pregunta, ¿por qué?, lo que no deja de ser una impertinencia. Pero se lo cuento; hasta le digo a donde me voy a ir a vivir para que mejor me crea. La compañía lamenta mucho mi baja. La señora que me atiende indaga oficiosamente si podrían seguir prestándome sus servicios en el nuevo domicilio. No pueden; la zona no está cableada. Parece que ya está arreglado, la compañía me libera de su solícita atención. Sólo resta un pequeño detalle: el servicio que me presta R incluye el alquiler de un cablemódem de Internet y un decodificador de TV. Habré de devolverlos.

Me parece justo. Me dicen que los puedo depositar en uno de sus distribuidores. Le explico, entonces, que entre la maraña de cables y aparatejos conectados a mi ordenador y a mi televisor, no estoy seguro de acertar a distinguir el cablemódem ni el decodificador de cualquier otro periférico, como llaman en la jerga informática a estos adminículos. Puedo imaginar más o menos groseramente su función, pero su apariencia física me es desconocida. Cuando los instalaron no me los presentaron y nunca he experimentado la necesidad de conocerlos. Pero, incluso en el caso de que consiguiese identificarlos, nada garantiza que sea capaz de desconectarlos competentemente, de suerte que no se dañen ni sus aparatos ni los míos.

Les pido, por tanto, que envíen un operario que los desmonte y se los lleve. Surge entonces el problema, lo harán, pero he de pagar los gastos de desplazamiento. La empresa R tiene derecho a recuperar sus aparatos, pero yo debo costear el ejercicio de su derecho.

La empresa R lleva varios años cobrándome un alquiler por estos adminículos lo suficientemente elevado (algo así como si por el alquiler de un coche utilitario le cobrasen a usted 100 euros diarios) como para poder comprar con el dinero que les he pagado no ya dos, sino una docena de ellos. De nada vale. Y menos mal que la empresa R tiene mucho interés en que siga siendo cliente de ellos... Si les ofrece sus servicios ustedes verán. Yo antes recurriré a un tamtan.

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