Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


REPORTAJE

El porvenir de la catástrofe


La depresión en que estamos instalados vive horas trágicas. Muchos analistas sociales coinciden en que cuanto mayor sea la convulsión, más beneficioso será el desenlace para las sociedades. Una catarsis colectiva que purificará el alma del capitalismo. Así lo argumenta el autor, que abordará la crisis en su próximo libro.




VICENTE VERDÚ El País.- “Una Tercera Guerra Mundial fingida, una Gran Guerra en el capitalismo de ficción puede virtualmente realizarse. Esa guerra no conllevaría derramamientos de sangre: le bastaría con arruinar al enemigo. Durante la Primera Guerra Mundial, sólo el 5% de las víctimas fueron civiles; en la Segunda Guerra Mundial, el recuento de víctimas civiles llegó al 60%; en la Tercera Guerra Mundial, todos los civiles somos víctimas. ¿Deseo de guerra? Un secreto deseo de que todo esto saltara por los aires ha presidido los primeros años del siglo XXI”

Contra las tertulias económicas sin fin, contra los artículos de miles de analistas financieros, contra los admonitorios discursos sobre los pecados del sistema y sus terribles secuaces, hay que decir que continuar interpretando la gran depresión en términos economicistas no es otra cosa que una actitud banal. Tan infantil como achacar los males que padece nuestro mundo al materialismo rampante, la desalmada conducta de los poderosos o la pérdida de religiosidad en las grandes ciudades.

En el primer supuesto, los economistas se erigen en los indiscutibles sabios del crash. En el segundo, regresa el colorista mito de un Dios bíblico que castiga el descarrío de la humanidad mediante plagas y sevicias, empezando por la quiebra del rico y la general miseria de todos los demás.

La incomparable ventaja de estas explicaciones radica en que, como en los cuentos infantiles, son comprensibles por la muchedumbre. La realidad se simplifica y allana a la manera de una fábula. Y así, en el caso del economicismo el problema consistirá en que o bien las autoridades e instituciones económicas fueron irresponsables y les vendrá bien una reforma o bien los activos financieros tóxicos envenenaron las aguas y después la liquidez. ¿Productos tóxicos de extraordinario riesgo? Efectivamente. Pero no sólo se trata de títulos viciados y derivados. Estos son sólo escamas de la enfermedad.

En todas las importantes crisis capitalistas desde los tulipanes holandeses (1637) a la South Sea (1637), desde el “efecto tequila” (1994) hasta las punto.com (2000), se acoplaron al menos tres antecedentes: euforia y estabilidad social, acusadas desigualdades sociales, consumo desequilibrado y desprestigio moral de la época. Homo bulla est, decían atinadamente los moralistas romanos.

Pero ¿cómo no arriesgarse, burbujear en una cultura de consumo donde la aventura y el cambio son parte de sus pilares? ¿Cómo no asumir cierta cantidad de riesgo cuando bulle la prosperidad vital?

Tres cuartas partes de las necesidades que existen en el mundo –dice Kurt Heinzelman en La economía de la imaginación– son románticas, basadas en visiones, idealismos, esperanzas y afectos. En consecuencia, la discusión sobre la naturaleza de los activos es un problema sumamente metafísico y psíquico que los economistas, a lo que se ve, apenas tienen en cuenta.

La economía, la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia humana más atrasada. Y ello tiene que ver con que frecuentemente se abstrae de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas, que son inseparables de las actividades económicas. Como consecuencia, los expertos económicos son notablemente incapaces de interpretar las causas y las consecuencias de las perturbaciones monetarias o bursátiles y de prever el curso de la economía, incluso en el corto plazo.

Obedientes al cálculo, ignoran lo que no es ni calculable ni mensurable, como la vida, el sufrimiento, la alegría, el amor, el honor, el talento, la magnanimidad, la conciencia, el bien y el mal. Su sola medida de satisfacción viene a ser el crecimiento de la producción, de la productividad o de los ingresos monetarios. La economía puede establecer las tasas de pobreza monetaria, pero ignora la subordinación, la humillación o el dolor que experimentan los pobres, concluye Bernardo Kliksberg en Hacia una economía con rostro humano.

EL REINO DE LO COMPLEJO. La burbuja económica y sus vidas latentes poseen la condición de un organismo y no, desde luego, de una secuencia causal al modo de una máquina. Las burbujas contienen tanto de razón como de loca epidemia y se desarrollan de un modo incomparablemente más complejo que los storytelling divulgados a granel para satisfacción de los media y sus públicos elementales.

La historia enseña, quizá, a comprender la historia pero el presente no se ha convertido aún en esa pesada materia de instrucción. La actualidad manda apresuradamente y cualquier actualidad es sólo interesante en cuanto noticia. Noticia candente pero, a la vez, desnuda de complejidad.

Víctimas y culpables. Esto es lo que se desea saber con claridad. Pero víctimas aquí son todos, acaudalados y obreros, mientras los culpables son, a su vez, portátiles. Un día se desenmascaran las malvadas instituciones monetarias, otro se detiene a estafadores Madoff, otro se señala a los bancos de la esquina, a los gobiernos neoliberales, a Milton Friedman y a George W. Bush.

El desfile de la delincuencia no es del todo falso puesto que alguna verosimilitud requiere lo literario pero, efectivamente, el mundo es demasiado correoso e interactivo como para aceptar un western de buenos y malos y apoyarse en raídas razones de bien y de mal.

Desde que el capitalismo existe, las crisis han ido presentándose con una periodicidad de 22 meses (entre 1854 y 1919) y con un intermedio de tres trimestres en las dos últimas décadas. En casi todas tuvo que intervenir el Gobierno para restablecer la confianza. Pero precisamente las tesituras más graves sirvieron para que el sistema afinara sus instrumentos y renovara tanto su dotación tecnológica como la ideología de su porvenir. Con ello, no se estaría asistiendo a ninguna cosmética ni tampoco a una mendaz maniobra del sistema, sino sencillamente a la asunción capitalista necesaria para sus imprescindibles metamorfosis como organismo vivo.

Organismo sí; mecanismo no. Los mecanicistas del siglo XIX y los automovilistas del siglo XX trataron a la sociedad y a los coches como un ensamblaje de piezas y así como era posible volver al funcionamiento sustituyendo las bujías averiadas u obsoletas por otras nuevas parecía posible reparar el crash sustituyendo o corrigiendo alguna pieza. Así viene a ser la idea de aquellos que atribuyen el colapso actual al mal funcionamiento de una autoridad económica incompetente, anacrónica o necesitada de corrección.
La clave consiste, sin embargo, no en que unas u otras piezas se hayan deteriorado sino que, como hace ya tiempo explica la teoría de la complejidad en física o en neurología, lo importante no son las partes sino las conexiones entre ellas. Como había observado Joseph Schumpeter en 1939 a propósito de las fluctuaciones cíclicas, las fluctuaciones capitalistas no serían “como amígdalas, órganos aislados que puedan tratarse por separado, sino, como latidos del corazón, parte de la esencia del organismo que los pone de manifiesto”.

Ni el cerebro es un mecano ni tampoco es un mecano Internet y el paradigma de la globalidad del mundo. Mucho menos ahora en que la arquitectura en red (en sistemas eléctricos, de comunicaciones, de relaciones personales) se aborda en términos de nexos y nodos distintos y de los que depende que la perturbación sistémica sea imperceptible o generadora de una explosión total.

LA TERCERA GUERRA MUNDIAL. Éste es el caso de la Gran Depresión actual, cuyo mayor parecido es el de las dos guerras mundiales del siglo XX. El malestar social, el deseo de cambio, el desprestigio de la época, la ansiedad por la transformación estaban presentes en cada una de sus vísperas. Pero, complementariamente, el sistema capitalista obtuvo gracias a ellas una renovación y un impulso que determinó tanto el nuevo conocimiento como el nuevo estilo general del mundo.

Una Tercera Guerra Mundial real sería una contradicción in terminis. Pero una Tercera Guerra Mundial simulada, una Gran Guerra, en el capitalismo de ficción puede suceder con éxito. Esa guerra apenas conllevaría derramamientos de sangre: le bastaría con arruinar económicamente al enemigo, tal como ocurrió en las contiendas armadas. Esa tercera guerra fingida no tendría víctimas militares puesto que las bajas uniformadas han ido disminuyendo y han crecido, en cambio, las civiles. Durante la Primera Guerra Mundial, un 5% de las víctimas fueron civiles; en la Segunda Guerra Mundial, llegaron hasta al 66%. En esta Tercera Guerra Mundial, sigilosa, transparente, todos los civiles son víctimas.

¿Imposible? En 2004, el miedo de los británicos a una guerra mundial era incluso superior al que se registraba medio siglo antes (The Daily Mail, 22 de noviembre de 2004). ¿Deseo de guerra? Un secreto anhelo de que este mundo salte por los aires ha presidido los primeros años del siglo XXI. La corrupción (política, económica, religiosa, deportiva...), las drogas, la pérdida de valores fuertes, la decadencia de la escuela, de la justicia, de la moral pública, el hiperconsumismo, el hiperindividualismo, el relativismo, la muerte del planeta y las ballenas, han sido tenidos por factores de extrema degeneración. Otro mundo debe ser posible puesto que de éste hemos acabado hartos.

Albert O. Hirshman dice en su libro Interés privado y acción pública que “el prolongado periodo de paz y de creciente prosperidad experimentado por Europa antes de la Primera Guerra Mundial generó en sectores importantes de las clases medias y altas un sentimiento de repulsión contra la mezquindad del sistema burgués. Para estos grupos, sigue Hirshman, la guerra llegó como una liberación del aburrimiento y la vacuidad, como una promesa de comunidad que trascendería “a las clases sociales y como un retorno a la acción y el sacrificio heroicos”. Algunos autores contemporáneos de entonces como Stefan Zweig (El mundo de ayer) trataron de explicar aún más el hecho de que Europa fuera a la guerra en 1914. (No se pierdan estas memorias).
Será acaso exagerado pero el desafecto por el prolongado periodo pacífico y materialista anterior a la guerra explicaría (en gran medida) su popularidad inicial, lo que a su vez ayudó a determinar la forma, la duración y la intensidad de la contienda.

Las guerras –como las crisis– estallan por una chispa determinada, el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, las hipotecas subprime, pero algo iba anunciando que el colapso estaba cerca y sería inevitable.

Philip Ball lo explica en su libro Masa crítica mediante detallados análisis que sirven para entonces tanto como para ahora mismo. Si hay “tensión” en un sistema complejo los sucesos más menudos pueden tener consecuencias desproporcionadas.

No puede saberse en qué instante un montón de arena llegará a desmoronarse al ir añadiéndole pequeñas porciones más pero la razón de su derrumbe no podrá atribuirse al último puñado que se le eche encima, por muy tóxica o bonos basura que sea.

El modelo del atentado terrorista, súbito y trastornador, reina hoy en territorios tan diferentes como el periodístico, el best seller, el marketing, el tipping point de Macarena o la gripe aviar. O, exactamente, esta Gran Crisis viene a ser como la llamada “tormenta perfecta”, el terrorismo de la crisis desde El Pocero hasta Wall Street. La Gran Crisis brota y se expande como un aire radiactivo, un virus o una melodía en el i-Pod.

TODOS CULPABLES. El mundo se ha preparado y vertiginosamente para comportarse como una bomba. Una y otra vez, el ejercicio de la explosión, sea de la pornografía o de la web 2.0, del videojuego o del rumor, del gen o de la moda, ha llegado a convertirse en la manera más actual de experimentar. Ser alguien viene asociado a producir impacto. Conseguir influencia queda asociado al don súbito, al efecto blink y de súbita percepción. El proyecto se resume de este modo en el proyectil, el proceso en el tiro raudo y el rosario de hechos en la cuenta de ING Direct. ¿Falso? ¿Inconsciente? ¿Radical?
¿Culpables todos? La tesis de Benedicto XVI tiende a aprovechar la gran decepción social para abominar de las vanidades de este mundo y cimentar, por tanto, la existencia en la verdadera solidez de Dios. ¿Todos incautos? ¿Todos culpables, todos pecadores? “Á moitié coupables et, á moitié victimes, comme tout le monde”, decía Sartre, sin descartar, seguramente, que unos fueran más culpables o canallas que otros. O como escribe J. K. Galbraith en El crac del 29: “No es que sea pequeño el sentido de responsabilidad de la comunidad financiera respecto a la comunidad general. En realidad, es prácticamente nulo”.
El sistema nos miente y nos abate, también nos abate y nos incorpora, nos identifica, nos mima y nos arrasa.

La gran convulsión en la que nos hallamos todos posee el extraordinario rostro de un fin de época y a la vez, lógicamente, se erige como un epoch making. Así como fue el carácter de las dos grandes posguerras mundiales, el pensamiento, la consideración del mundo y su organización, la relación con los valores y con todo lo demás quedará hondamente perturbado.

O, de otro modo, sería imposible de soportar que el mundo fuera lo mismo el día después. ¿Cómo podrá ser de otro modo? Cualquier paquete de predicciones suele ser tan entretenido como imposible de demostrar puesto que, como saben las ciencias no económicas, la correcta proyección de un futuro necesitaría introducir ignorados elementos de ese futuro para acertar su composición.

En consecuencia, las tendencias que ahora pueden enunciarse sólo se aproximan a lo cabal si poseen, al menos, cierto grado de visibilidad en el presente.

Son, por ejemplo, tendencias negativas las que puedan deducirse de una mayor desigualdad social y sus previsibles convulsiones. Es tendencia negativa ya palpable la xenofobia y, también, la acusada demanda de un líder o líderes que nos salven de la situación. Las rogatorias que piden un mesías son del mismo orden bíblico que la calificación de la adversidad actual y de los probables castigos humanos que se deriven del Reino de los Cielos y con el supuesto mesías aquí.

“LA crisis financiera une al planeta”, clamaba The Washington Post (13 de octubre de 2008). ¿Habrá que dar gracias a esta catástrofe por procurarnos el sentimiento de solidaridad global? No pocos analistas sociales coinciden en que cuanto mayores son las crisis más tienden a favorecer a las sociedades. Y no sólo mediante una catarsis del alma sino por el ejercicio natural de las mentalidades. “Lo que no me destruye me fortalece”, dice una máxima de Nietzsche que viene a ser el correlato de: “Lo que no mata engorda”.
¿Qué cunde hoy, en fin, con este trastorno? ¿Cuáles son las tendencias a la vista? En primer lugar y como una fuerza hacia el borrón y cuenta nueva, en tiempos de penumbra, casi todo tiende al blanco: son blancos los nuevos artefactos electrónicos, las decoraciones de interiores, el color ascendente de los coches, las marcas blancas, las metáforas de las grandes rebajas y los low cost.

Ahora las autoridades piden consumir: la rebelión de los consumidores es no consumir. Hacerse frugal es como practicar una dieta de adelgazamiento. La primacía de lo delgado sobre lo obeso, la patología de la obesidad se corresponde con la patología del gasto suntuario, exagerado, excrementicio. En Estados Unidos han comenzado ya los cursos sobre la manera de llevar una vida austera, oportunos y necesarios para cambiar las formas de comportamiento. Del mismo modo que proliferan los consultorios sobre cómo vestirse, cómo comer, cómo elegir colores, cómo decorar, proliferan los consultorios para hacerse a la nueva coyuntura.

Está de moda salir menos y celebrar todo en casa, las fiestas, los entretenimientos, las cenas y la distracción. El ahorro del gasto se corresponde a su vez con un lavado del alma consumidora y esta ficción de ayuno se asocia con la tendencia de la purificación. Contra la corrupción, la mentira, la estafa, la estratagema, el valor de la autenticidad de los productos que valen más por su olor, su sabor y su realidad que por el prestigio de la marca. Igualmente, en las relaciones humanas, la desconfianza que propició tanto las desigualdades como el cénit del individualismo se sustituye por la confianza –base del desarrollo de la red– y el “personismo”, que consiste en degustar al otro, a muchos otros, en un determinado aspecto y sin duraderos ni profundos compromisos.

La presencia de Internet pasa más fácilmente desde el interior de la pantalla al exterior tanto en operaciones comerciales como amorosas, lúdicas y políticas. El éxito de Obama viene de Internet e Internet salta desde su complementariedad al centro de la democracia.

Hiperdemocracia ha empezado a llamarse a la interacción controladora que permite crear un conocimiento, un poder y un control político a partir de muchos.

Una larga batería de obras recientes en torno al conocimiento compartido, the wisdom of crowds, el saber de la Wikipedia, la infotopía y temas similares, desemboca en la utopía de una próxima “inteligencia universal” formada por la puesta en común de las capacidades creativas de todos los seres humanos conectados.

A falta de revolución social, una revolución mental. A falta de una gran idea brillante, la opacidad de la idea obesa.
Esta utopía colectivista daría lugar a una nueva economía llamada “relacional” que prestaría servicios sin ánimo de lucro y se batiría contra el mercado hasta ponerle fin. En ese mismo momento se fundaría una época inédita, de la misma manera que siglos atrás el mercado puso fin al feudalismo y la democracia a la monarquía, según una tesis soñadora de Jacques Attali.

Pero, efectivamente, no concluyen en este punto los futuros trastornos: de la economía relacional se deducirá la desaparición de la envejecida democracia actual puesto que la idea y el afán democrático no ha sido otro desde hace doscientos años que la promoción del individuo y su individualismo. Sin embargo, diseñado el mundo en forma de red, avanzando mediante una trama humana o cerebro relacional, la conocida democracia adquirirá un sentido nuevo, diferente, superior.

Se la sigue llamando “hiperdemocracia” con un aumentativo que parece arrinconar esta palabra todavía sagrada, pero de ningún modo será una versión perfeccionada del sistema existente sino su transustanciación. Los partidos, los líderes, los discursos, las promesas quedarán arrasadas por la acción directa de la ciudadanía y a través de una interacción planetaria en constante transfusión.

La hiperdemocracia será así el reino de la hipercrítica positiva, tal como en la actualidad funcionan los móviles que se recomiendan restaurantes o se compinchan para boicotear una lata de conservas china. La hiperdemocracia, en fin, se manifestará desde un poder policéntrico desde Brasil a la India, desde Los Ángeles a Sidney, desde Luxemburgo a Castilla y León.

En el vórtice mismo de la crisis financiera mundial he aquí un sudoku para contemplar el mundo desde un caleidoscopio imaginativo. Una previsión propia de tiempos de calma en el momento de la Gran Turbulencia.

Por fortuna, las crisis están también llenas de oportunidades. “Buscando remedio en el mal mismo” fue la expresión repetida de Rousseau en el libro primero de sus Confesiones. En el arte, nunca hubo más creatividad que en los tiempos de crisis o decadencia desde el Siglo de Oro a la Edad de Plata, desde el cubismo a la abstracción, desde las grandes obras del cine a los pensamientos en que se apoyó revolucionariamente el siglo XX.

Pero también, de nuevo como a principios del siglo XX, la ornamentación en arquitectura, en vestir, en diseñar, recuerda a Albert Loos y su idea del ornamento como una forma de crimen. La mediocridad complica. La genialidad simplifica.

Si esto es un eufemismo de la Tercera Guerra cabe recordar que las guerras grandes propiciaron las invenciones tecnológicas. Y ahora, como ya se vislumbra, pueden acelerarse los programas de ahorro de energía y la explotación de nuevas fuentes de energía.

LA mente se agudiza sobre los bienes materiales pero, además, las personas deben perfeccionar o ampliar o adaptar sus conocimientos y actitudes, una de las cuales tiene que ver en casi todos los órdenes con la eliminación o desvanecimiento del intermediario. Internet ya colabora en la compra de toda clase de mercancías y objetos, facilita la venta directa al agricultor o el fabricante, ofrece la posibilidad de intervenir, cuestionar, criticar, controlar al político. O al banquero, representante hoy del odiado intermediario que también aun testimonialmente ha sido sustituido en la red por los créditos P2P entre particulares.

Los contactos persona a persona acaban con el poder del crítico, de la compañía discográfica, de la galería de arte, la institución. Un aire de anarquía controlada va instalándose como reacción al descrédito de los gobiernos, los políticos, las viejas organizaciones y sus directivos piramidales.
En la misma sintonía, la narración interactiva y no dirigida o prefijada fue ensayada en la literatura (Rayuela), en el cine (el Kinoo Automat que el checo Raduz Cincera presentó en la Expo 67 de Montreal) o en los happenings y acciones de los artistas visuales o teatrales. Estos y otros experimentos se saldaron, entonces, con el fracaso, pero hoy lo interactivo llegó con el videojuego, con la máquina o con otros jugadores y el final no se halla determinado.

El jugador es siempre un actor que no se conforma con ser espectador. Un nuevo saber deducido de los nuevas tecnologías interactivas y del proceder multitareas se abrirá un camino más rápido en el vacío de la poscrisis y sin saber adónde se llegará a parar en la política o en la ciencia, en lo personal o en lo social, algo es ya seguro: el saber de la decadencia. El saber de la decadencia o el punto óptimo del saber. El espacio desde donde se supera la contingencia y se prefiere lo esencial. Marx aseguraba que había llegado el tiempo, su tiempo, de abandonar la interpretación de la historia y, en adelante, afanarse en transformarla.

Ahora, la historia se ha transformado y, paradójicamente, empieza la tarea de reinterpretarla y, naturalmente, de embellecerla. Keynes instó en 1933, en un discurso ante el Gobierno irlandés, a que se invirtiera más dinero en belleza.

Keynes, siempre interesado por el arte, patrocinó e invirtió en el Cambridge Arts Theater, promovió el Arts Concilium y, encima, se casó con una bailarina. La fealdad (en arquitectura, en interiorismo, en ropas, en maniobras financieras) ha sido un factor de empobrecimiento humano, dentro y fuera del capitalismo de ficción. La nueva ficción ahora consiste en soñar con un mundo más justo, más nítido, más limpio.

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