¡Qué personales hace a los hombres un temor prologado, un tener fijos los ojos largo tiempo en enemigos, en posibles enemigos! Estos proscritos de la sociedad, estos hombres perseguidos durante mucho tiempo, hostigados de manera perversa,(
) acaban siempre convirtiéndose, aunque sea bajo la mascarada de lo espiritual, y tal vez sin que ellos mismos lo sepan, en refinados rencorosos y envenenadores (
) por no hablar de esa majadería que es la indignación moral, la cual, en un filósofo es el signo infalible de que ha perdido el humor filosófico. (Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro)
Quien haya practicado algún deporte sabe que, a veces, el menos hábil de los adversarios es el que más nos desconcierta. No conoce las reglas, no se implica en el juego con la seriedad que merece y se muestra temerario e imprevisible en su torpeza. Pues bien, aunque sea más que sorprendente, este es el tipo de oposición que ahora nos plantea Fernando Savater.
Es imposible tratar brevemente todos los disparates que Savater dedica a Internet y a los internautas en su último artículo publicado en El País. Tal es su magistral desconocimiento del asunto que uno no sabe por dónde empezar. Valga este texto como sola introducción. Prometo desgranar punto por punto sus barbaridades en próximos artículos. Hoy me centraré solamente en el insulto directo a los internautas y en la actitud intelectualmente suicida del filósofo.
Afirma Savater, con desprecio, que los internautas somos una nueva vanguardia neoleninista. Repitamos a Lenin, dice Slavoj iek: resaltando el voluntarismo del revolucionario. Esto es algo que ya vio Unamuno, cuando, en La Agonía del Cristianismo exponía la importancia del decisionismo de Lenin. Rescatemos a ese Lenin desde Internet también. No para repetir los crímenes de su dictadura, sino para entender que la realidad social es producto de la voluntad del pueblo, y así debe ser en democracia. Una democracia que, efectivamente, no tiene necesidad de ocultar sus actos, porque el pueblo entiende, que, en política, muy a pesar de Maquiavelo, los medios justifican el fin. Pero Savater sigue anclado en la modernidad despótica.
Dicho sea de paso, esa vanguardia revolucionaria en la cual yo sí me veo identificado, es absolutamente minoritaria en la Red. La mayoría de los defensores de la neutralidad de la Red y de los opositores a la Ley Biden-Sinde creen que para solucionar el asunto de la propiedad intelectual hay que aplicar los recursos del actual Estado de Derecho. Esto quiere decir que se debe reformar la ley de la propiedad intelectual para ajustarse a las nuevas tecnologías y aplicarla con rigor y sin favoritismos. Asimismo, se considera que existen posibilidades de oferta de mercado ya usadas en otros países, que no contravienen la legalidad, permiten al ciudadano acceder a los contenidos de forma asequible, y, además, reportan beneficios a los autores. Los ejemplos repetidos hasta la saciedad son entre otros−los de Netflix y Spotify.
Desde esta visión, que es la que se viene defendiendo generalmente en Internet, se debe reconsiderar la capacidad de acción de las sociedades de gestión así como su naturaleza difusa, a caballo entre los entes públicos y privados. En definitiva, ya me gustaría a mí que esta vanguardia a la que alude Savater reflejase la realidad de Internet, pero no es así. Lo que la gente pide es que no se hagan leyes a medida de la élite que Savater representa orgullosamente.
Continúa Savater su invectiva con una analogía más que desafortunada de las que abundan en el texto: Dentro de unos años, decir soy internauta resultará tan raro como decir hoy soy telefonista porque se habla por el móvil. La idea, de tan absurda que es, nos hace olvidar que el que la profiere ignora de qué está hablando. No sé quién −aparte de Pilar Bardem− se define hoy en día como internauta fuera del campo de la discusión que nos atañe.
Efectivamente, no dentro de unos años, ahora mismo resulta absurdo que alguien en su vida cotidiana se defina como internauta. También somos automovilistas y existen las asociaciones de automovilistas que defienden sus intereses. Pero, fuera de ámbitos muy concretos, nadie usa la oración soy automovilista para definirse o voy a quedar con mis amigos automovilistas para referirse al grupo con el que se identifica. Así como sólo los que no son del Athletic de Bilbao lo llaman el Bilbao, sólo los que no conocen la Red se definen cotidianamente con la frase yo soy internauta. Por una sencilla razón, ser internauta no implica ninguna cualidad, sino el uso cotidiano de una herramienta, por tanto, es una definición algo vacía.
En el mismo párrafo, se alude a la bobada oportunista de la neutralidad de la Red, o, lo que es lo mismo: Savater considera que el tráfico de información sin restricciones por parte de los proveedores de servicios o del gobierno en la Red, siempre que no perjudique al bien común (cosa que en los estados democráticos, hasta ahora, venía dirimiendo un juez) es una chorrada. En otras palabras, parece que Savater está a favor de la censura en la Red y del control de las comunicaciones entre ciudadanos por parte de empresas privadas. ¡Viva la democracia! O debemos decir, una vez más, despotismo de mercado.
Todo el pensamiento de Savater en lo que se refiere a Internet está basado en un solo principio que Álex de la Iglesia ha sabido romper. Se trata de una petrea voluntad nietzschean de no saber. Sobre ella se sustenta su mundo de vanidad, amenazado por un ente desonocido, la Red.El filósofo despide su diatriba con ese chiste que, de su pluma, se torna tragicómico, desesperado, el deseo de un moribundo al cielo iremos los de siempre. Frase bufada por un astado que entra al trapo y, al salir del engaño, ve a su enemigo de espaldas, altivo, preparando el estoque. Para Ud. el cielo, señor Savater, déjenos la tierra, que es lo que amamos, como su querido Nietzsche.
Reproducido de El Blog de Ioanes Ibarra
Quien haya practicado algún deporte sabe que, a veces, el menos hábil de los adversarios es el que más nos desconcierta. No conoce las reglas, no se implica en el juego con la seriedad que merece y se muestra temerario e imprevisible en su torpeza. Pues bien, aunque sea más que sorprendente, este es el tipo de oposición que ahora nos plantea Fernando Savater.
Es imposible tratar brevemente todos los disparates que Savater dedica a Internet y a los internautas en su último artículo publicado en El País. Tal es su magistral desconocimiento del asunto que uno no sabe por dónde empezar. Valga este texto como sola introducción. Prometo desgranar punto por punto sus barbaridades en próximos artículos. Hoy me centraré solamente en el insulto directo a los internautas y en la actitud intelectualmente suicida del filósofo.
Afirma Savater, con desprecio, que los internautas somos una nueva vanguardia neoleninista. Repitamos a Lenin, dice Slavoj iek: resaltando el voluntarismo del revolucionario. Esto es algo que ya vio Unamuno, cuando, en La Agonía del Cristianismo exponía la importancia del decisionismo de Lenin. Rescatemos a ese Lenin desde Internet también. No para repetir los crímenes de su dictadura, sino para entender que la realidad social es producto de la voluntad del pueblo, y así debe ser en democracia. Una democracia que, efectivamente, no tiene necesidad de ocultar sus actos, porque el pueblo entiende, que, en política, muy a pesar de Maquiavelo, los medios justifican el fin. Pero Savater sigue anclado en la modernidad despótica.
Dicho sea de paso, esa vanguardia revolucionaria en la cual yo sí me veo identificado, es absolutamente minoritaria en la Red. La mayoría de los defensores de la neutralidad de la Red y de los opositores a la Ley Biden-Sinde creen que para solucionar el asunto de la propiedad intelectual hay que aplicar los recursos del actual Estado de Derecho. Esto quiere decir que se debe reformar la ley de la propiedad intelectual para ajustarse a las nuevas tecnologías y aplicarla con rigor y sin favoritismos. Asimismo, se considera que existen posibilidades de oferta de mercado ya usadas en otros países, que no contravienen la legalidad, permiten al ciudadano acceder a los contenidos de forma asequible, y, además, reportan beneficios a los autores. Los ejemplos repetidos hasta la saciedad son entre otros−los de Netflix y Spotify.
Desde esta visión, que es la que se viene defendiendo generalmente en Internet, se debe reconsiderar la capacidad de acción de las sociedades de gestión así como su naturaleza difusa, a caballo entre los entes públicos y privados. En definitiva, ya me gustaría a mí que esta vanguardia a la que alude Savater reflejase la realidad de Internet, pero no es así. Lo que la gente pide es que no se hagan leyes a medida de la élite que Savater representa orgullosamente.
Continúa Savater su invectiva con una analogía más que desafortunada de las que abundan en el texto: Dentro de unos años, decir soy internauta resultará tan raro como decir hoy soy telefonista porque se habla por el móvil. La idea, de tan absurda que es, nos hace olvidar que el que la profiere ignora de qué está hablando. No sé quién −aparte de Pilar Bardem− se define hoy en día como internauta fuera del campo de la discusión que nos atañe.
Efectivamente, no dentro de unos años, ahora mismo resulta absurdo que alguien en su vida cotidiana se defina como internauta. También somos automovilistas y existen las asociaciones de automovilistas que defienden sus intereses. Pero, fuera de ámbitos muy concretos, nadie usa la oración soy automovilista para definirse o voy a quedar con mis amigos automovilistas para referirse al grupo con el que se identifica. Así como sólo los que no son del Athletic de Bilbao lo llaman el Bilbao, sólo los que no conocen la Red se definen cotidianamente con la frase yo soy internauta. Por una sencilla razón, ser internauta no implica ninguna cualidad, sino el uso cotidiano de una herramienta, por tanto, es una definición algo vacía.
En el mismo párrafo, se alude a la bobada oportunista de la neutralidad de la Red, o, lo que es lo mismo: Savater considera que el tráfico de información sin restricciones por parte de los proveedores de servicios o del gobierno en la Red, siempre que no perjudique al bien común (cosa que en los estados democráticos, hasta ahora, venía dirimiendo un juez) es una chorrada. En otras palabras, parece que Savater está a favor de la censura en la Red y del control de las comunicaciones entre ciudadanos por parte de empresas privadas. ¡Viva la democracia! O debemos decir, una vez más, despotismo de mercado.
Todo el pensamiento de Savater en lo que se refiere a Internet está basado en un solo principio que Álex de la Iglesia ha sabido romper. Se trata de una petrea voluntad nietzschean de no saber. Sobre ella se sustenta su mundo de vanidad, amenazado por un ente desonocido, la Red.El filósofo despide su diatriba con ese chiste que, de su pluma, se torna tragicómico, desesperado, el deseo de un moribundo al cielo iremos los de siempre. Frase bufada por un astado que entra al trapo y, al salir del engaño, ve a su enemigo de espaldas, altivo, preparando el estoque. Para Ud. el cielo, señor Savater, déjenos la tierra, que es lo que amamos, como su querido Nietzsche.
Reproducido de El Blog de Ioanes Ibarra