A Manuel Gutiérrez Aragón se le ha atribuido una frase la mar de simpática: «No hay que dar ninguna tregua a los internautas, porque es como pactar con los terroristas». Frase que tal vez sea apócrifa, pero que desde luego es inconsecuente, pues si hay algo que distinga a terroristas e internautas es que con los primeros se ha pactado repetidamente. En gozosa sintonía intelectual con Gutiérrez Aragón, el productor y director Gerardo Herrero ha abundado en el símil criminal:
Álex de la Iglesia ha perdido la cabeza con el Twitter. Le ha venido un síndrome de Estocolmo con los internautas. Es como si el Ministerio de Sanidad negocia con los traficantes de cocaína cómo se hace una ley y si la coca debe ser de mejor calidad y se habla del tema con la gente que tiene problemas con ella.
Herrero da un paso más en la descalificación de los internautas, a quienes tacha a un mismo tiempo de traficantes y de drogotas; de tal modo que perseguir y castigar su crimen se convierte en una suerte de obra filantrópica, pues a la vez que se les persigue y castiga se cura su enfermedad. Lo que en ningún caso debe hacerse con los internautas, según la doctrina Herrero, es atender sus razones; y si lo haces es porque has perdido la cabeza, como a su juicio le ha ocurrido a Álex de la Iglesia. Pero Herrero (productor, por cierto, de Balada triste de trompeta, lo que otorga a sus palabras un particular aire de encono y virulencia) juzga con un criterio simplista e intolerablemente hipócrita. Álex de la Iglesia no ha perdido la cabeza, salvo que por «perder la cabeza» entendamos «abrirla a la realidad». Y la realidad es que la definición de propiedad intelectual, tal como se halla recogida en nuestra actual legislación (y como pretende regularla la llamada «ley Sinde»), es obsoleta y ridícula, tan obsoleta y ridícula como las faldas con polisón; y pretender, en plena era de la tecnología digital, caracterizar a los internautas como terroristas o traficantes de drogas es tan burdo como condenar al oprobio a las mujeres que se resistan a salir a la calle con polisón. La propiedad intelectual debe ser protegida, y los creadores, justamente retribuidos (y habría que empezar por establecer qué es una justa retribución, que desde luego no puede amparar el establecimiento de exacciones como las que actualmente recauda la Sociedad General de Autores); pero esa protección no puede justificar la intervención de páginas web sin auténtica tutela judicial, ni el establecimiento de una policía en la red, ni la defensa de un modelo de propiedad intelectual fundado en presupuestos caducos. Algo de esto debió de intuir Álex de la Iglesia, que por lo demás se ha mostrado siempre denodado defensor de la propiedad intelectual y detractor de la piratería.
Lo que en verdad es «perder la cabeza» es pretender que se identifique a los internautas con criminales. Lo que en verdad es «perder la cabeza», en plena era digital, es proteger la propiedad intelectual bloqueando el acceso a ella e impidiendo que circule, en lugar de arbitrar nuevos modelos que potencien sus posibilidades económicas. La llamada «ley Sinde» será un fracaso sin paliativos, porque no se puede poner puertas al campo ni mantener artificialmente la respiración de un muerto; a menos, claro está, que se pretenda encerrar a todos los internautas en un inmenso, desquiciado, pesadillesco campo de concentración, para intentar mantener vivo al zombi. Que eso es, al fin y a la postre, lo que pretenden quienes identifican a los internautas con criminales: convertir el mundo en una cárcel orwelliana.
Artículo de JUAN MANUEL DE PRADA en ABC
Álex de la Iglesia ha perdido la cabeza con el Twitter. Le ha venido un síndrome de Estocolmo con los internautas. Es como si el Ministerio de Sanidad negocia con los traficantes de cocaína cómo se hace una ley y si la coca debe ser de mejor calidad y se habla del tema con la gente que tiene problemas con ella.
Herrero da un paso más en la descalificación de los internautas, a quienes tacha a un mismo tiempo de traficantes y de drogotas; de tal modo que perseguir y castigar su crimen se convierte en una suerte de obra filantrópica, pues a la vez que se les persigue y castiga se cura su enfermedad. Lo que en ningún caso debe hacerse con los internautas, según la doctrina Herrero, es atender sus razones; y si lo haces es porque has perdido la cabeza, como a su juicio le ha ocurrido a Álex de la Iglesia. Pero Herrero (productor, por cierto, de Balada triste de trompeta, lo que otorga a sus palabras un particular aire de encono y virulencia) juzga con un criterio simplista e intolerablemente hipócrita. Álex de la Iglesia no ha perdido la cabeza, salvo que por «perder la cabeza» entendamos «abrirla a la realidad». Y la realidad es que la definición de propiedad intelectual, tal como se halla recogida en nuestra actual legislación (y como pretende regularla la llamada «ley Sinde»), es obsoleta y ridícula, tan obsoleta y ridícula como las faldas con polisón; y pretender, en plena era de la tecnología digital, caracterizar a los internautas como terroristas o traficantes de drogas es tan burdo como condenar al oprobio a las mujeres que se resistan a salir a la calle con polisón. La propiedad intelectual debe ser protegida, y los creadores, justamente retribuidos (y habría que empezar por establecer qué es una justa retribución, que desde luego no puede amparar el establecimiento de exacciones como las que actualmente recauda la Sociedad General de Autores); pero esa protección no puede justificar la intervención de páginas web sin auténtica tutela judicial, ni el establecimiento de una policía en la red, ni la defensa de un modelo de propiedad intelectual fundado en presupuestos caducos. Algo de esto debió de intuir Álex de la Iglesia, que por lo demás se ha mostrado siempre denodado defensor de la propiedad intelectual y detractor de la piratería.
Lo que en verdad es «perder la cabeza» es pretender que se identifique a los internautas con criminales. Lo que en verdad es «perder la cabeza», en plena era digital, es proteger la propiedad intelectual bloqueando el acceso a ella e impidiendo que circule, en lugar de arbitrar nuevos modelos que potencien sus posibilidades económicas. La llamada «ley Sinde» será un fracaso sin paliativos, porque no se puede poner puertas al campo ni mantener artificialmente la respiración de un muerto; a menos, claro está, que se pretenda encerrar a todos los internautas en un inmenso, desquiciado, pesadillesco campo de concentración, para intentar mantener vivo al zombi. Que eso es, al fin y a la postre, lo que pretenden quienes identifican a los internautas con criminales: convertir el mundo en una cárcel orwelliana.
Artículo de JUAN MANUEL DE PRADA en ABC