Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


EL INCORDIO

Un final aún más triste


Quizá el sector autocomplaciente de los internautas españoles pudo segregar endorfinas al oir del casi ex-presidente del Gobierno que había frenado el reglamento de la ley Sinde por el rechazo que generó en la red. A mí -y sospecho que a muchos otros internautas- tales declaraciones me producen… ¿qué me producen? ¿Asco? No, el asco es una reacción extrema para cuya generación el causante debe alcanzar muy altas cumbres y Zapatero no da para tanto. ¿Conmiseración? Es un sentimiento demasiado caritativo al que Zapatero, desde luego, no me induce.




La verdad es que no sé cómo calificarlo, de la misma manera que tampoco sé cómo calificar al propio Zapatero y, sobre todo, su actitud -o inactitud- en el último año o año y medio de ¿mandato? Jamás -ni siquiera cuando se decía que Felipe González padecía una depresión- había visto un gobernante tan ido, tan menfoutiste, tan pasota y tan a la deriva. Se diría -y con acierto- que cualquiera puede hacer lo que quiera con este hombre convertido -y no de ahora, como digo- en una caricatura de gobernante.

Descolgarse a estas alturas, después de lo que ha llovido durante este año (el año que justamente se cumplió el día de autos, el 2 de diciembre) con que detiene el desarrollo de la ley Sinde por la oposición de los internautas, me parece una burla. Una burla, por supuesto, a los internautas, pero incluso una burla también a todos los que movieron los hilos para que esa ley llegara a ser una realidad; y no es que no se merezcan esa burla: simplemente constato que existe, que está ahí, que se ha producido. Y, sobre todo, una burla al común de la ciudadanía que tiene perfecto derecho a esperar gobiernos y gobernantes firmes. Y firmeza no quiere decir -como creen muchos gilipollas, sobre todo cuando están en el poder- sostenella y no enmendalla, sino rectificaciones procedentes y oportunas, procedentes en razón de la materia y oportunas en razón del tempo político. Pero una cosa es rectificar cuando se constata un error y otra muy distinta es estar simplemente flotando al vaivén de las olas.

El jueves día 1 de diciembre, la ley Sinde era necesaria e imprescindible para que a este país no le acontecieran no se cuántas terribles calamidades; el viernes, 2, ah, si a los internautas no les gusta, mejor la congelo; y quién sabe si el viernes 16, fuera de tiempo y fuera de oportunidad (como también lo era el día 2, más allá de la justa ira internauta), la tiro p’alante porque la camarilla habitual de la farándula así lo exige.

Los españoles cometimos un error tremendo, de dimensiones históricas, con Zapatero. Un error al que nos empujó la vesanía de Aznar el 11-M, producida 72 horas antes de unas elecciones, lo que nos impidió una reflexión distanciada: fuimos a unas elecciones con la ira incandescente por la sanguinaria tomadura de pelo que había intentado -y en la que seguía empecinado pese a su pública y notoria evidencia- el dirigente del PP. Como consecuencia de esa irreflexión, entregamos el país a un advenedizo al que la casualidad -que no su habilidad, que no pasaba de la de un apparatchik de tercera categoría- había colocado en el lugar oportuno y en el momento oportuno, eso que en política es un arte pero que, a veces, toca en la lotería. Y los primeros cuatro años pasaron razonablemente, gracias a la inercia de la España que va bien y del ladrillo echando humo por todas las hipotecas, aunque ya tuvimos señales claras de que algo no funcionaba: el indigente en cuestión, nos sacó inmediatamente de Irak, tal como había prometido, pero luego nos metió -sin mayores motivos que los de la intervención en Irak- en el mal -peor- rollo de Afganistán, en un patético intento de congraciarse con el amo norteamericano (¿qué hay amigou?). Pero, en definitiva, las liquidaciones de IVA e IRPF eran ubérrimas, la casa era potente y no reparaba en gastos (ni en la esfera pública, ni en la privada) y se hablaba de milagro español y de champions league en lo financiero, así que todos éramos felices con el insolvente al mando. Porque todos, de alguna manera, fuimos bastante insolventes, sobre todo como ciudadanos.

Cuando vinieron las duras, la ciudadanía era más bien la banda de Curro Jiménez (por desharrapados y un poco también por sinvergüenzas) y, para banda de las buenas, la que formaba el Gobierno. Con la que se nos venía encima, y esos tíos continuaban tan panchos, negando la evidencia y engañando a los ciudadanos sobre la gravedad de lo que se avecinaba. No hubo reflejos, no hubo carácter, no hubo habilidad, no hubo sabiduría ni profesionalidad ¿Qué iba a haber con ese individuo al mando? Y así nos luce el pelo.

El empecinamiento -que no la firmeza- mostrado durante todo el proceso de la ley Sinde, llevado adelante contra viento y marea de las iras ciudadanas, no ha venido inspirado por una acción política perfectamente diseñada en el contexto de un programa de gobierno, sino de las presiones de un lobby motorizado desde la metrópoli (lo cual no es una simple elucubración, sino una serie de hechos probados por los cables de la embajada norteamericana divulgados por Wikileaks). De hecho, la respuesta a las presiones fue colocar en el Ministerio de Cultura a la persona designada por el lobby para ejecutar esos designios; el triste papel de Zapatero fue oir, ver, callar y, sobre todo, firmar. Ni siquiera se detuvo a pensar que él, su imagen, y, en última instancia, su partido, iban a ser los que pagarían el pato de un despropósito para cuya ejecución no se tuvo en cuenta ni tan siquiera una mínima estética. Interesaba el resultado y, para lo demás, ya se entendería el partido con los ciudadanos. Tan poco se cuidó la estética, tan cutres fueron las formas, que la ley Sinde dio lugar al movimiento de respuesta cívica más importante que se haya visto en Europa -más aún que el de Grecia- hasta el punto de que ha llegado a exportarse al resto del mundo. Y no generó ese movimiento por su propio contenido, sino por la escenificación de venalidad política que supuso su trámite parlamentario -rocambolesco, por demás-, por la burla y el desprecio que desplegó la Casta hacia los ciudadanos sin molestarse siquiera en disimularla. ¿Para qué?

Los corifeos de Zapatero tienen ahora el morro de hablar de injusticia hacia la figura de su amo y pretenden -ridículamente- que la Historia (así, con mayúscula) lo reivindicará. Se equivocan (o mienten). Si la Historia recuerda algún día a Zapatero -cosa que está por ver y que cabe dudar- lo colocará en un plano no tan sanguinario pero igualmente patético, irritante e inane que a un Fernando VII. Y ya es demasiado honor para tan triste personaje.

El día 16, que haga lo que quiera. Nada me va a sorprender y nada va a sorprender -aunque, eventualmente, sí indignar- a los internautas que ya llevamos años en esto y que sabemos perfectamente de qué lado sopla el viento. Después de Zapatero vendrá Rajoy, del que cabe esperar un estilo gubernamental más claro (y que no me tenga que tragar esto que digo), pero no, desde luego, una mayor inclinación hacia el interés general, que para él no será sino el vestuario de los intereses particulares a los que, más allá de toda duda, servirá. Cuando menos, en el campo que nos ocupa. La ley Sinde volverá, quizá vestidita de azul, como la muñeca de la canción, pero volverá con casi toda seguridad, porque, hablando de vestidos, ya sabemos aquello de la mona y la seda. Los lobbys siguen ahí y la embajada norteamericana sigue ahí. Sinde regresará a la oscuridad -aunque no al olvido- y otro -ya hace meses que suena un nombre- ocupará su lugar para ejecutar, quizá con algo más de estilo, lo que no supo rematar ella. Ya se lo demandarán los suyos.

Y Zapatero desaparecerá, a su vez, en la vaga memoria de la pesadilla de una noche.

Opinión de Javier Cuchí en El Incordio

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