Nuestro presi, Víctor Domingo, le otorgó un margen de confianza. Hizo bien, es lo que toca. Sin embargo, este post de Manuel Almeida en Mangas Verdes no induce precisamente a la tranquilidad. Nuestro hombre, entre otras gracias escribió un artículo en «El País» hace apenas un año (en 2 de enero de 2011) poco o nada tranquilizador, en el que, como bien dice Almeida, demostraba no enterarse de nada. Aparte de su posicionamiento, muy radical y para nada centrista. Ni siquiera centrado. También Manuel es partidario de darle un margen bajo la suposición -yo creo que ilusoria- de que Wert haya aprendido algo en este año. Bueno, realmente, 2011 ha sido un año bastante especial, pródigo en acontecimientos con entidad suficiente como para modificar opiniones muy asentadas en gente muy formada y madura; por otra parte, me extrañaría mucho de un Rajoy -cuya trayectoria de un cierto centrismo sí que está acreditada- que entrara a saco en este tema, un tema que, además, es muy complejo y que pide muchísima reflexión y muchísimo debate. La aprobación del reglamento de la Ley Sinde (que podría producirse incluso hoy o mañana), sería un casus belli para la población internauta, cada día más cerca ya de que no sea necesario el apellido. Un historial caracterizado por templar gaitas no parece predecir tamaña barbaridad, pero también es verdad que el lobby aprieta (y aprieta mucho: conviene no olvidar que su motor está en la embajada norteamericana, la cual, por cierto, visitó Rajoy cuando fue llamado a capítulo) y que, en definitiva, Wert podría ser un hombre de paja. Digo lo de paja por lo combustible: podría ser un elemento destinado a su calcinación en pro y loor del copyright. En lo positivo, cabría decir que González Macho ha hablado de forma un tanto despectiva de Wert, y eso es un tanto a favor de éste, las cosas como son.
Estoy de acuerdo, por otra parte con Almeida cuando -como tantísimos otros, yo incluido- dice que lo que hay que hacer es dejarse de puñetas,. derogar la ley Sinde y ponerse a la improrrogable tarea de modificar la Ley de Propiedad Intelectual. Pero, claro, no de cualquier manera, sino después de una reflexión con todos los estamentos sociales implicados. Eso si quiere poner fin a la guerra que desde hace ya nueve años (nueve, que se dice pronto) viene sosteniéndose alrededor de este asunto. Si, por el contrario, lo que se quiere es sostenerla y aún agravarla o incluso perpetuarla, sólo hay que coger papel y lápiz y redactarla al dictado del lobby apropiacionista. Y entonces veremos lo que pasa en y con este país, pero una de las consecuencias está más que clara: caería por una profunda sima tecnológica. Y, según están las cosas, caer en una sima tecnológica es caer en una sima económica.
Con ocasión de la integración de Cultura con Educación y Deporte en un mismo ministerio, clamaban algunos mandamases del negocio del copyright que no puede sostenerse un sentido tan economicista a la hora de gestionar la cultura. Bueno, en primer lugar, que se apliquen ellos el cuento. Y, en segundo lugar, que se dejen de cojoneces y de tresporcientos (vaya por Dios) en relación al PIB: tenemos un problema tecnológico gravísimo en este país, que procede de un problema formativo y de un problema empresarial (aparte del problema político inherente, claro está): la mayoría de nuestros trabajadores no saben hacer otra cosa que poner ladrillos o apretar tuercas, muy poco cualificados, y un empresariado que es de un alfabetismo tecnológico total (y a veces me pregunto si también del otro). Y los políticos y las administraciones públicas que dirigen son íntegramente analógicos, no sólo en lo material sin también -y sobre todo- en lo mental. En los tiempos que corren, esto, hablando en plata, significa que nuestras oportunidades económicas para el futuro son, para no emplear términos extremos, muy inciertas. Una de las cosas que me preguntaba hace pocos días en mi muro de Google+ era que, aún suponiéndole a Rajoy la voluntad política de acabar con un paro que afecta a cinco millones de ciudadanos, cómo iba a hacerlo: la mayoría de esos cinco millones de parados proceden del ladrillo y el ladrillo está en una situación que, con el excedente que hay, pasarán años antes de que -más allá de la obra pública, que tampoco va a andar muy boyante- se ponga uno nuevo. El esfuerzo de formación, obligatorio casi hasta el látigo, que va a tener que desempeñar el nuevo Gobierno es absolutamente ingente si quiere que a tres o cuatro años vista (a menos, va a ser difícil) un 60 o 70 por 100 de esa gente tenga alguna oportunidad; que, además, va a tener que competir con las nuevas generaciones que se incorporan almundo del trabajo y que ya no llegan con el ladrillo como referencia. Si, encima, viene el copyright a complicar las cosas, no sé qué va a pasar aquí.
Esta semana hemos sabido de la magnífica y estupenda sentencia que ha pronunciado el Juzgado de lo Mercantil nº 4 de Madrid, absolviendo a Pablo Soto y condenando en costas a sus demandantes, las majors americanas y su factótum local, Promusicae. La sentencia es magnífica y estupenda, pero la situación no. La situación idónea es que la demanda ni siquiera hubiera sido admitida a trámite porque es totalmente disparatada (como la propia sentencia viene a decir). Sin embargo, Guisasola (cabreato, cabreato) anunció inmediatamente la apelación. Y esto me inquieta. Me inquieta porque en este país la justicia es muy incierta, los jueces funcionan con mucho margen de maniobra y la seguridad jurídica es simplemente folklore para ser bailado en las facultades de Derecho, pero non plus ultra. Me aterroriza la posibilidad de que la Audiencia Provincial de Madrid vuelva por el forro la sentencia del juzgado. Y no sólo por Pablo Soto (al que le podría caer el brutal marrón de 13 millones de euros, más costas e intereses, que nos lo digan a la Asociación de Internautas) sino por el entero ámbito tecnológico español: ¿puede imaginarse lo que sucedería si un desarrollador pudiera ser represaliado por un eventual (eventual, ni siquiera realizado) uso ilegal de lo que programa? ¿Alguien escribiría una línea de código en este país?
Por otro lado, y sobre la ley Sinde: ¿es consciente el Gobierno de lo que va a pasar? ¿Sabe a qué ambiente se enfrenta si, aprobando el reglamento, la pone efectivamente en marcha? Dejando aparte las cuestiones judiciales -con trascendencia seguramente constitucional- que acabarán afectando a esa barbaridad ¿serán capaces de afrontar el escandalazo que con toda seguridad acontecerá con todas y cada una de las páginas que se cierren? ¿Creen que podrá su mayoría absoluta aguantar el tipo frente a esa escandalera, sumada, además, a la que van a tener que afrontar por las demás medidas económicas? ¿Qué creen que va a pasar cuando dentro de dos años -que entonces ya pensarán en clave electoral nuevamente, porque cuatro años son muchos, pero acaban pasando- las encuestas pronostiquen una derrota electoral y vayan constatando un desgaste creciente? No una pérdida de la mayoría absoluta, sino una derrota electoral, ya veremos frente a quién o quiénes.
Este es el panorama al que nos enfrentamos y este es el panorama que tiene que afrontar el Gobierno que se estrena hoy. Como puede verse, este es un asunto que va mucho más allá de una rencilla entre internautas y cantachifles: afecta a las estructuras económicas más básicas y las únicas que suponen un futuro claropara este país si sabe asmirlas, por supuesto.
El copyright es hoy, más que nunca, uno de los enemigos más encarnizados del desarrollo económico de este país y esto es algo que tienen que afrontar Rajoy y sus ministros. Frente a los coyunturales números de tales y cuales potentes empresas que viven del ocio audiovisual, está el interés del país entero. Del país entero entendido con mayúsculas: ya no estamos hablando de intereses de los ciudadanos, entendidos tales como un sector más de la sociología o de la economía, estoy hablando del entero país y de sus estructuras económicas y empresariales. Este es el desafío, difícil pero apasionante, que afronta, ya desde hoy mismo, Rajoy.
Usted mismo, señor presidente.
Opinión de Javier Cuchí en EL Incordio
Estoy de acuerdo, por otra parte con Almeida cuando -como tantísimos otros, yo incluido- dice que lo que hay que hacer es dejarse de puñetas,. derogar la ley Sinde y ponerse a la improrrogable tarea de modificar la Ley de Propiedad Intelectual. Pero, claro, no de cualquier manera, sino después de una reflexión con todos los estamentos sociales implicados. Eso si quiere poner fin a la guerra que desde hace ya nueve años (nueve, que se dice pronto) viene sosteniéndose alrededor de este asunto. Si, por el contrario, lo que se quiere es sostenerla y aún agravarla o incluso perpetuarla, sólo hay que coger papel y lápiz y redactarla al dictado del lobby apropiacionista. Y entonces veremos lo que pasa en y con este país, pero una de las consecuencias está más que clara: caería por una profunda sima tecnológica. Y, según están las cosas, caer en una sima tecnológica es caer en una sima económica.
Con ocasión de la integración de Cultura con Educación y Deporte en un mismo ministerio, clamaban algunos mandamases del negocio del copyright que no puede sostenerse un sentido tan economicista a la hora de gestionar la cultura. Bueno, en primer lugar, que se apliquen ellos el cuento. Y, en segundo lugar, que se dejen de cojoneces y de tresporcientos (vaya por Dios) en relación al PIB: tenemos un problema tecnológico gravísimo en este país, que procede de un problema formativo y de un problema empresarial (aparte del problema político inherente, claro está): la mayoría de nuestros trabajadores no saben hacer otra cosa que poner ladrillos o apretar tuercas, muy poco cualificados, y un empresariado que es de un alfabetismo tecnológico total (y a veces me pregunto si también del otro). Y los políticos y las administraciones públicas que dirigen son íntegramente analógicos, no sólo en lo material sin también -y sobre todo- en lo mental. En los tiempos que corren, esto, hablando en plata, significa que nuestras oportunidades económicas para el futuro son, para no emplear términos extremos, muy inciertas. Una de las cosas que me preguntaba hace pocos días en mi muro de Google+ era que, aún suponiéndole a Rajoy la voluntad política de acabar con un paro que afecta a cinco millones de ciudadanos, cómo iba a hacerlo: la mayoría de esos cinco millones de parados proceden del ladrillo y el ladrillo está en una situación que, con el excedente que hay, pasarán años antes de que -más allá de la obra pública, que tampoco va a andar muy boyante- se ponga uno nuevo. El esfuerzo de formación, obligatorio casi hasta el látigo, que va a tener que desempeñar el nuevo Gobierno es absolutamente ingente si quiere que a tres o cuatro años vista (a menos, va a ser difícil) un 60 o 70 por 100 de esa gente tenga alguna oportunidad; que, además, va a tener que competir con las nuevas generaciones que se incorporan almundo del trabajo y que ya no llegan con el ladrillo como referencia. Si, encima, viene el copyright a complicar las cosas, no sé qué va a pasar aquí.
Esta semana hemos sabido de la magnífica y estupenda sentencia que ha pronunciado el Juzgado de lo Mercantil nº 4 de Madrid, absolviendo a Pablo Soto y condenando en costas a sus demandantes, las majors americanas y su factótum local, Promusicae. La sentencia es magnífica y estupenda, pero la situación no. La situación idónea es que la demanda ni siquiera hubiera sido admitida a trámite porque es totalmente disparatada (como la propia sentencia viene a decir). Sin embargo, Guisasola (cabreato, cabreato) anunció inmediatamente la apelación. Y esto me inquieta. Me inquieta porque en este país la justicia es muy incierta, los jueces funcionan con mucho margen de maniobra y la seguridad jurídica es simplemente folklore para ser bailado en las facultades de Derecho, pero non plus ultra. Me aterroriza la posibilidad de que la Audiencia Provincial de Madrid vuelva por el forro la sentencia del juzgado. Y no sólo por Pablo Soto (al que le podría caer el brutal marrón de 13 millones de euros, más costas e intereses, que nos lo digan a la Asociación de Internautas) sino por el entero ámbito tecnológico español: ¿puede imaginarse lo que sucedería si un desarrollador pudiera ser represaliado por un eventual (eventual, ni siquiera realizado) uso ilegal de lo que programa? ¿Alguien escribiría una línea de código en este país?
Por otro lado, y sobre la ley Sinde: ¿es consciente el Gobierno de lo que va a pasar? ¿Sabe a qué ambiente se enfrenta si, aprobando el reglamento, la pone efectivamente en marcha? Dejando aparte las cuestiones judiciales -con trascendencia seguramente constitucional- que acabarán afectando a esa barbaridad ¿serán capaces de afrontar el escandalazo que con toda seguridad acontecerá con todas y cada una de las páginas que se cierren? ¿Creen que podrá su mayoría absoluta aguantar el tipo frente a esa escandalera, sumada, además, a la que van a tener que afrontar por las demás medidas económicas? ¿Qué creen que va a pasar cuando dentro de dos años -que entonces ya pensarán en clave electoral nuevamente, porque cuatro años son muchos, pero acaban pasando- las encuestas pronostiquen una derrota electoral y vayan constatando un desgaste creciente? No una pérdida de la mayoría absoluta, sino una derrota electoral, ya veremos frente a quién o quiénes.
Este es el panorama al que nos enfrentamos y este es el panorama que tiene que afrontar el Gobierno que se estrena hoy. Como puede verse, este es un asunto que va mucho más allá de una rencilla entre internautas y cantachifles: afecta a las estructuras económicas más básicas y las únicas que suponen un futuro claropara este país si sabe asmirlas, por supuesto.
El copyright es hoy, más que nunca, uno de los enemigos más encarnizados del desarrollo económico de este país y esto es algo que tienen que afrontar Rajoy y sus ministros. Frente a los coyunturales números de tales y cuales potentes empresas que viven del ocio audiovisual, está el interés del país entero. Del país entero entendido con mayúsculas: ya no estamos hablando de intereses de los ciudadanos, entendidos tales como un sector más de la sociología o de la economía, estoy hablando del entero país y de sus estructuras económicas y empresariales. Este es el desafío, difícil pero apasionante, que afronta, ya desde hoy mismo, Rajoy.
Usted mismo, señor presidente.
Opinión de Javier Cuchí en EL Incordio