La privacidad o, más bien, su ausencia es una de las principales amenazas para el desarrollo del mercado de las aplicaciones móviles; si no la principal, si tenemos en cuenta que prácticamente todas ellas basan su modelo de negocio en la oferta de servicios gratuitos a cambio de la utilización de los datos de sus usuarios, por lo que cualquier circunstancia que impida o ponga en riesgo esta relación supondría una estocada mortal para el sector.
¿Estamos, pues, ante una burbuja, un sistema empresarial con pies de barro, un castillo de naipes? En un entorno como el actual, de efervescencia creativa y desarrollo constante, la práctica del intercambio de datos es un hecho tácito que todo el mundo parece aceptar, probablemente porque la velocidad a la que se desarrolla todo y la necesidad de sumergirte en toda esta vorágine atenúan o impiden en gran medida la conciencia sobre los pros y los contras de este modelo.
Sin embargo, todo esto puede cambiar en cualquier momento. No sólo por iniciativas administrativas que acaben por endurecer las leyes como ya está ocurriendo, de hecho, en instancias como la Unión Europea, sino también o como detonante de aquéllas, la propia rebelión del consumidor una vez sea consciente de lo que ocurre o se incremente el número de denuncias o revelación de abusos, como ya ha venido sucediendo de forma esporádica en los últimos tiempos.
Para valorar la dimensión de este riesgo, vienen al pelo documentos como el Informe sobre Privacidad Global 2013 de MEF una encuesta sobre 9.500 usuarios de móviles en 10 países: EEUU, Reino Unido, China, India, Catar, Sudáfrica, México, Brasil, Indonesia y Arabia Saudí, al que llego vía VentureBeat y que, aunque orientado al sector de las apps móviles, es perfectamente extensible a todo el ámbito del comercio de datos porque nos indica la percepción que la ciudadanía tiene de estos sistemas:
Unos datos que revelan a las claras cómo el negocio de datos personales se mueve sobre las arenas movedizas de la permisividad del usuario.
Precisamente es también el de la privacidad uno los principales campos de batalla de los defensores de los derechos y libertades en la Red, que ven en esta práctica no sólo un abuso comercial, sino un claro peligro para los derechos ciudadanos, dada la ya más que contrastada colaboración voluntaria o impuesta entre las empresas y gobiernos represivos.
Con este cóctel, muy fino han de hilar los emprendedores y muy presente han de tener factores tan demandados en nuestra era como la transparencia tan reivindicada en el ámbito político para intentar mantener el equilibrio entre lo que te da de comer (recolección y uso de datos) y lo que te puede matar (abusos de privacidad), en un espacio en el que, aunque a menudo se desdeñe, el usuario tiene también la última palabra.
¿Estamos, pues, ante una burbuja, un sistema empresarial con pies de barro, un castillo de naipes? En un entorno como el actual, de efervescencia creativa y desarrollo constante, la práctica del intercambio de datos es un hecho tácito que todo el mundo parece aceptar, probablemente porque la velocidad a la que se desarrolla todo y la necesidad de sumergirte en toda esta vorágine atenúan o impiden en gran medida la conciencia sobre los pros y los contras de este modelo.
Sin embargo, todo esto puede cambiar en cualquier momento. No sólo por iniciativas administrativas que acaben por endurecer las leyes como ya está ocurriendo, de hecho, en instancias como la Unión Europea, sino también o como detonante de aquéllas, la propia rebelión del consumidor una vez sea consciente de lo que ocurre o se incremente el número de denuncias o revelación de abusos, como ya ha venido sucediendo de forma esporádica en los últimos tiempos.
Para valorar la dimensión de este riesgo, vienen al pelo documentos como el Informe sobre Privacidad Global 2013 de MEF una encuesta sobre 9.500 usuarios de móviles en 10 países: EEUU, Reino Unido, China, India, Catar, Sudáfrica, México, Brasil, Indonesia y Arabia Saudí, al que llego vía VentureBeat y que, aunque orientado al sector de las apps móviles, es perfectamente extensible a todo el ámbito del comercio de datos porque nos indica la percepción que la ciudadanía tiene de estos sistemas:
- Sólo un 37% de los consumidores se siente cómodo compartiendo información personal con una app. El 33% no se siente del todo cómodo.
- A la gran mayoría de los consumidores le parece importante saber exactamente qué información se está recolectando (70%) y cuál se está compartiendo (71%) con terceros. A la mitad le parece muy importante.
Unos datos que revelan a las claras cómo el negocio de datos personales se mueve sobre las arenas movedizas de la permisividad del usuario.
Precisamente es también el de la privacidad uno los principales campos de batalla de los defensores de los derechos y libertades en la Red, que ven en esta práctica no sólo un abuso comercial, sino un claro peligro para los derechos ciudadanos, dada la ya más que contrastada colaboración voluntaria o impuesta entre las empresas y gobiernos represivos.
Con este cóctel, muy fino han de hilar los emprendedores y muy presente han de tener factores tan demandados en nuestra era como la transparencia tan reivindicada en el ámbito político para intentar mantener el equilibrio entre lo que te da de comer (recolección y uso de datos) y lo que te puede matar (abusos de privacidad), en un espacio en el que, aunque a menudo se desdeñe, el usuario tiene también la última palabra.