Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


Aznar y el fiasco de las 'telecos'


El proyecto de convertir España en un adelantado de las nuevas tecnologías de la comunicación, susceptible de crear empleo y riqueza, se ha quedado en nada.





La CMT ha desaparecido como cuerpo supervisor, el Ministerio de Ciencia y Tecnología tiene al sector enfrentado y nadie en el Gobierno quiere oír hablar del asunto.

Iba a ser la guinda del “España va bien”, el santo y seña de la revolución tecnológica del centro derecha español. Se iban a invertir cientos de miles de millones de pesetas. Los campeones de las nuevas tecnologías. Los primeros en todo. En liberalizar el mercado de las telecomunicaciones. En disponer de la tecnología UMTS antes que nadie. En despachar ordenadores en todas las escuelas del país. La admiración del mundo mundial. La nueva frontera aznarista que iba a crear empleo e igualar los niveles de renta españoles con los de la UE. De aquel discurso de modernidad queda apenas el recuerdo. Un silencio ominoso cubre tan grandilocuentes promesas. Ni una palabra al respecto desde el poder político. La liberalización de las telecomunicaciones, como de la energía, se ha convertido en un fiasco más, un plato a medio cocinar de difícil digestión por culpa de un intervencionismo feroz devenido en parálisis total. Es la especialidad de este Gobierno: liberalizar introduciendo en los sectores afectos mayores cuotas de intervención administrativa que las existentes.

Lo cierto es que los inicios del proceso fueron tan esperanzadores que hasta el propio Aznar se creyó sus promesas. Entre 1997 y 2000, la CMT otorgó más de 50 licencias a operadores de nueva creación y extranjeros deseosos de instalarse en España, fenómeno que supuso la creación de miles de nuevos empleos y que convirtió al sector en anunciante de moda en prensa, radio y televisión.

Fiebre de las “puntocom” al margen, se trataba de empresas con vocación inversora, fruto de la apuesta de los grandes operadores europeos en telefonía fija, caso de France Tèlecòm (Uni2), Telecom Italia (Retevisión) y British Telecom, y de la aparición en escena de una plétora de independientes, tal que Jazztel, Aló o Comunitel (la empresa de Marcial Portela y otros ilustres socios del SCH), por no hablar de las cableras, compañías dispuestas a ofrecer telecomunicaciones y contenidos multimedia a través del cable, caso de las del grupo Auna, y Ono (Eugenio Galdón, con respaldo del Santander).

Además de los polémicos concursos de telefonía móvil en tecnología UMTS, el Gobierno ofertó seis licencias de LMDS (telefonía fija por radio) y dos de televisión digital terrestre (Net TV y Veo TV), pedrea en la que participaron, en alianza con bancos y empresas, la mayoría de los grandes grupos editoriales del país, además de conceder una nueva licencia de televisión digital de pago con Quiero TV.

La pirámide del desarrollo de las nuevas tecnologías se completó con la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología llamado a sustituir al periclitado Ministerio de Industria, a cuyo frente se situó una mujer, Anna Birulés, ex consejera delegada de Retevisión, que iba a ser la encargada no sólo de incardinar a España en la llamada “sociedad de la información”, sino de ponerla directamente en vanguardia de la misma. Para velar por los intereses del nuevo sector, y en labores de policía frente al operador dominante, Telefónica, se dotó de medios materiales y legales a la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT).

Tal era la arboladura del gran paquebote tecnológico que, con la palabra España grabada en letras de oro en ambas amuras, iba a recorrer los siete mares para asombro de propios y extraños. Botado en los astilleros populares con fanfarria y sones marciales, el gran navío parece haber encallado apenas tomar contacto con el agua, y ahí luce, gigante varado en plena bahía, sin haber logrado tomar contacto con mar abierto.

El resultado es que, de la cincuentena larga de licencias otorgadas para operar en telefonía fija, apenas quedan cuatro operadores: Telefónica, Retevisión (AUNA), Jazztel y Uni2 (France Telecom), en un contexto financiero y de negocio muy adverso. Tras la épica vertida en torno al fenómeno, España se ha situado a la cola de Europa en el proceso de liberalización. Si la vara para medir la intensidad del fenómeno es la pérdida de cuota del operador dominante, la posición de privilegio de Telefónica, que sigue detentando el 86% del pastel, el mayor porcentaje europeo de mercado doméstico, es algo que mueve al escándalo, por mucho que la compañía que preside Alierta haya demostrado a todos su formidable músculo competitivo.

AUNA, el segundo operador de fija salido de los laboratorios del Gobierno para competir con Telefónica, hace agua por los cuatro costados, al punto de que Economía se ha visto obligado a pedir ayuda al banquero de cámara del señor Aznar (también del señor Polanco), Emilio Botín, para que ayude a mantener a flote la nave tras la salida en estampida, desagradecidos, de Italia Telecom. El banquero, acostumbrado a cobrar caro los favores que presta, ha nominado para la faena a uno de sus ejecutivos, Joan David Grimá, con la misión de trocear la nave y venderla por piezas, empezando por Quiero TV.

Amena, la veta de oro en la mina a punto de ser abandonada de AUNA, podría ir a parar a France Telecom que, en paralelo, mantiene conversaciones de fusión con Jazztel. La situación financiera de las compañías de cable, por su parte, no puede ser más complicada, con un negocio amenazado por el despliegue del ADSL de Telefónica y unas redes a medio tender. La LMDS, en fin, es ahora un modelo de negocio muy cuestionado, al que los mercados financieros han abandonado después de las suspensiones de pagos de operadores tan significados como Winstar, Teligent, Formus, y Firstmark (socio de Prisa y El Corte Inglés). Y ¿qué decir de las licencias de televisión digital terrestre?

El único “nuevo” proyecto en telefonía móvil, el consorcio Xfera, la cuarta licencia con la que aquéllos que se habían quedado fuera del pelotazo Airtel (Del Pinos, Florentinos y demás familia) pensaban emular a los March, Entrecanales, Abelló y compañeros mártires Corcóstegui y Amusátegui, ha pasado a mejor vida, tras haber perdido en el camino buena cantidad de dinero.

La financiación del sector ha desaparecido, mientras los títulos cotizan en Bolsa bajo mínimos. El dinero, antes dispuesto a lanzarse por cualquier tobogán, se ha convertido en un recurso caro y escaso. Cash is king, que dicen ahora los modernos en los bancos de negocios. Muchas empresas, privadas de la necesaria financiación, entran en suspensión de pagos. Las que disponen de ella o tienen un padrino rumboso (France o British Telecom) estudian los pasos a dar con cuidado exquisito. El rating de firmas del “nivel 1” (Telefónica y sus homónimas europeas) ha caído considerablemente, lo que implica pagar más caro el dinero necesario para seguir viviendo.

Con semejante panorama por delante, la CMT ha desaparecido como “autoridad supervisora”, y otrosí digo de un Ministerio de Ciencia y Tecnología que camina de crisis en crisis (tasa de las UMTS, fiasco de Xfera, ínfimo nivel de penetración de Internet, ridículo caso de las antenas). Tras meter la pata por partida doble a poco de su debut, la señora ministra se dedica a parecer de tarde en tarde en las pantallas de televisión como un fantasma aquejado de una cierta e insuperable dislexia.

Como no podía ser de otro modo, el Ministerio de doña Anna tiene al sector con pies en pared. Una mayoría de operadores (Telefónica, Auna, Xfera, Uni2, Broadnet, Neo, Skypoint) mantiene demandas y recursos contra un Ministerio aparentemente dispuesto a dar trabajo a toda la abogacía del Estado. En medio de una ausencia de ideas y de liderazgo casi total, la patata caliente de las nuevas tecnologías pasa de mano en mano como un indeseable invitado. No hay interlocutores. Con Aznar pendiente sólo de os mais grandes expressos europeus, nadie en el Gobierno dice ni decide nada en un sector que estaba llamado a ser, además de pieza clave de la política liberalizadora, una maquina de creación de riqueza y empleo. Sic transit.

Reproducido de Ariadna, suplemento de El Mundo

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