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La estupidez del copyright

La estupidez del copyright


Es profundamente lamentable, pero lo único que prueba la aprobación  de la directiva sobre los derechos de autor en el mercado único digital en el Parlamento Europeo es que el propio Parlamento Europeo es un edificio lleno de inútiles, incompetentes e ignorantes incapaces de entender nada sobre lo que votan, o siquiera de saber qué diablos están votando. Resulta triste que algo tan potente y tan esperanzador como la Unión Europea se vea contaminado por una inoperancia semejante, producto de un proceso que ha llevado al Parlamento Europeo, salvo raras excepciones, prácticamente a lo peor de cada casa, para terminar conformando un auténtico cementerio de elefantes incapaces de saber lo que votan, de valorar su importancia, o de simplemente entender el contexto en el que viven.


La directiva en cuestión es una desgracia absoluta que atenta, o mejor, pretende atentar, contra la misma naturaleza de la red, imponiendo conceptos tan absolutamente marcianos para ella como los filtros de subida de contenidos o el pago por enlaces. De por sí, suficiente como para considerar la totalidad de la directiva no solo completamente absurda, sino para entender que solo puede haber sido concebida y aprobada por imbéciles integrales incapaces de entender nada. Que alguien pretenda “poner internet bajo control” y supeditarlo todo a los intereses del lobby del copyright, como si la totalidad de internet fuese un instrumento para difundir creaciones sujetas a derechos de autor, es una prueba de ignorancia de tales proporciones, tan ombliguista y tan absurda que solo merece el más absoluto de los desprecios. Pretender que todo aquello que alguien pretenda subir a la red pase por algún tipo de filtro que certifique que no infringe los derechos de autor de nadie es como pensar que se puede poner un vigilante en cada bar y en cada restaurante para que cada vez que alguien mencione algo, mencione una noticia o tararee una canción surja un pitido que lo ensordezca. Es tan absurdo, que no debería merecer la más mínima consideración, y plantearlo como “una lucha de los creadores contra los gigantes de internet” es tan ridículo e infantil, que a cualquiera que esgrima el argumento debería caérsele la cara de vergüenza.

El lobby del copyright pretende ir de moderno y cree que la tecnología va a ser capaz de cambiar el funcionamiento de internet, cuando lo único que demuestra eso es su absoluta ignorancia sobre lo que la tecnología es o lo que puede hacer. Un pensamiento estúpido, reduccionista y capitidisminuido que, sencillamente, no llegará a ningún sitio, y demostrará de manera patente su fracaso en todos aquellos lugares en los que se pretenda implantar.

Pero sobre todo, hablamos de un clarísimo fracaso institucional: un número suficientemente elevado de eurodiputados afirmaron haberse equivocado al votar debido a un cambio de orden de última hora: simplemente, apretaron el botón equivocado y votaron lo que no querían votar. El proceso es intencionadamente tan demencial, que un número suficientemente elevado de eurodiputados como para cambiar el sentido de la votación no sabían ni lo que estaban votando. Lo dicho: una corte de inoperantes, de inútiles y de incompetentes, un auténtico cementerio de elefantes que, además, cuesta una barbaridad de dinero. Es triste ver cómo el sueño de una Europa unida se convierte en semejante parodia. Ahora, desoyendo completamente las manifestaciones y las peticiones de los ciudadanos, el sentido común y el consejo de académicos, tecnólogos y expertos en derechos humanos, esos errores en la votación desencadenan un proceso de transposición a la legislación de cada país para que el monstruo genere veintiocho (o veintisiete) hijos, a cada cual más absurdo, y todos ellos destinados al ridículo y al fracaso.

En la práctica, todo este sainete no es más que un lobby de medios y de contenidos planteando una lucha con otro lobby de gigantes de internet, y unos eurodiputados tan primarios e idiotas como para creer que de alguna manera están protegiendo a una industria europea frente a tras estadounidense. O para creer que todo eso tiene algún sentido.

¿Qué ocurre si cada vez que queremos subir algo a la red nos encontramos con que algún tipo de filtro no nos lo permite? Sencillamente, que buscaremos otras maneras de subir cosas a la red. ¿O si cuando una publicación pretenda vincular a otra, esta le pide dinero a cambio? Lógicamente, no vinculará. Surgirán otras aplicaciones, otros métodos, otros procedimientos, otras posibilidades, y lo harán estimuladas por el dinamismo de la red, que como bien dijo John Gilmore en 1993, interpreta la censura como daño y busca formas de neutralizarla. La experiencia demuestra que los filtros no funcionan, y que el reiterado intento de hacer que funcionen genera auténticos monstruos. Pero la experiencia y el sentido común es algo de lo que el legislador europeo medio carece completamente, y por tanto, prefiere ser tan idiota y tener un concepto tan ombliguista de sí mismo como para pensar que va a ser capaz de cambiar la naturaleza abierta de internet, porque así cree justificar su triste existencia de burócrata.

Internet es mucho más fuerte que todo eso, y la libertad de expresión y de información está y estará siempre por encima de los intereses económicos e un grupo de compañías. La directiva aprobada ayer pasará a la historia como una de las legislaciones más absurdas e inoperantes jamás creadas, aprobada debido a errores de personas que no sabían lo que votaban, y además, de imposible aplicación. Una forma de perder tiempo, dinero, y de ir en contra del progreso mediante la innovación negativa, mediante el intento de desinventar lo inventado e intentar que lo que funciona, deje de hacerlo. Si el copyright no funciona en la era digital es porque el Estatuto de la Reina Ana, promulgado el 10 de abril de 1719 no fue diseñado para un contexto digital, ni fue adaptado nunca al mismo de una manera mínimamente razonable y con sentido. Si el copyright no funciona en la era digital, hay que adaptar el copyright para que funcione, porque pretender cambiar el resto del mundo para ponerlo al servicio del copyright es una estupidez tan soberana como la mismísima reina Ana.


This post is also available in English in my Medium page, “ “The stupidity of copyright

 

Reproducido del blog de Enrique Dans

 

Más info

 

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