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La sopa boba


Gracias a los políticos, en adelante tendremos "artistas" subvencionados, paniaguados, gentuza que vive de la sopa boba y que se limita a recoger su cheque todos los meses, vendan o no, así insulten o escupan a lo que se suponía era su mercado. La sopa boba era el conjunto de guisos mezclados que sobraban de los platos servidos del menú diario de una posada, y que se daba a los denominados "sopistas", a cambio de alguna pieza musical, verso o trova. Curiosamente, esos "sopistas" veían una relación directa entre el trabajo realizado y la recompensa percibida. Hoy en día, "vivir de la sopa boba" es una frase que se aplica a los que, en lugar de obtener unos rendimientos derivados de su trabajo, consiguen vivir sin trabajar, reciben algo a cambio de nada o, en general, pueden dedicarse a lo que les dé la gana porque tienen sus necesidades perfectamente cubiertas.

En nuestro país se acaba de tomar la decisión de reformar la ley de propiedad intelectual, con el fin, entre otras cosas, de proporcionar a las sociedades de gestión de derechos de autor una serie de ingresos presuntamente compensatorios en forma de canon que se cobrará a los consumidores cada vez que adquieran determinados artículos como escáneres, copiadoras, faxes y soportes de grabación como CDs o DVDs. A partir de ahora, la vida de las entidades de gestión de derechos, que vienen a ser quienes han dictado, línea por línea y letra por letra esa reforma de la ley a unos políticos ignorantes que se han negado a escuchar la voz de los consumidores –que vienen a ser, precisamente, sus votantes– va a ser mucho más sencilla.

La cuestión resulta particularmente oprobiosa cuando la comparamos con sus antecedentes históricos: en el viejo ejemplo de los aguadores, que obviamente se quedaron sin trabajo cuando se decidió instalar tendidos de cañerías, a ningún idiota se le pasó por la imaginación imponer un canon al uso de los grifos para proteger así un oficio que ya no era necesario. ¿Significó eso el fin del negocio del agua? No, por supuesto. La industria innovó, y hoy tenemos empresas potentes que ganan mucho dinero vendiendo agua embotellada, aunque esta está perfectamente disponible cada vez que alguien abre un grifo. Tampoco hubo ningún idiota que pretendiese imponer un canon a las imprentas para así financiar los monasterios que se dedicaban al miniado de libros y, sin embargo, la edición de facsímiles y la artesanía derivada son una interesante industria hoy en día. Históricamente, la tecnología ha ido convirtiendo determinados oficios en innecesarios, pero siempre ha habido oportunidades para la creación de valor a partir de las transformaciones por ella generadas. El valor, de hecho, sigue perfectamente la primera ley de la Termodinámica enunciada por Lavoisier: no se crea ni se destruye, sólo se transforma.

¿Qué novedades aporta la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual, a partir de ahora conocida como "Ley de la Sopa Boba"? Realmente, muchas. La primera y más importante es la constatación de un divorcio entre la clase política y la ciudadanía. Al aprobar el texto de la reforma por unanimidad, la clase política ha renunciado a defender los intereses de sus votantes, y ha decidido defender los de una serie de "artistas" que, dotados de una impresionante capacidad para el lobby y la influencia, han sido capaces de determinar la composición de una comisión en la que los usuarios brillaban prácticamente por su ausencia, mientras que esos "artistas" y sus afines, las industrias discográficas y las entidades gestoras de derechos, dominaban de manera evidente. Si alguien alguna vez creyó que votaba a los políticos para que defendiesen sus intereses, que se olvide de tamaña ingenuidad: los políticos están para defender los intereses de otros, de los pocos que en este país afirman "vivir del arte", frase que a partir de ahora habrá que sustituir por "vivir del cuento".

Lo segundo que aporta la reforma de esta ley es la incapacidad de los políticos para entender cualquier principio relacionado con la innovación y las leyes del mercado: al aprobarlo, han eliminado la necesidad de que una industria innove, se ha decidido concederle el privilegio de la sopa boba, el de permitirles vivir del cuento, vendan o no. Principios tan básicos como el respeto a los clientes, el hacer productos que tengan un mercado, o el que existan incentivos para la mejora continua han sido radicalmente ignorados para, presuntamente, proteger a unos "artistas", que ahora tendrán derecho a comer, vendan o no. En realidad, además, no se protege a los artistas (a los de verdad), sino sólo a unas entidades a las que arbitrariamente se les ha concedido el derecho a decidir a quien promocionan y a quien no. Aquí no importa ser buen o mal artista, sino únicamente tener lo que hay que tener para que le metan a uno en el sistema.

Cualquier ilusión de proporcionar un incentivo a la industria de los contenidos para que mejore y pueda crear una oferta por la que el mercado esté dispuesto a pagar ha desaparecido. ¿Adam Smith? ¿Para qué, teniendo a tan preclaros economistas en el Parlamento? Gracias a ellos, en adelante tendremos "artistas" subvencionados, paniaguados, gentuza que vive de la sopa boba y que se limita a recoger su cheque todos los meses, vendan o no, así insulten o escupan a lo que se suponía era su mercado.

Cada vez que tenga usted delante a uno de esos "artistas de la subvención", intente visualizar todo el dinero que le habrá estado sustrayendo de su bolsillo cada vez que compraba determinados artículos, escuche o no su música, vea o no sus películas, y mírelo con el desprecio que se merece. El desprecio que merece alguien que, incapaz de vivir de vender productos a un mercado como hace la gente decente, se ha montado un chanchullo semejante a base de engañar a políticos ignorantes. Políticos que, además, se irán a la cama creyendo haber apoyado al arte. Dentro de un año echaremos cuentas de cuanto dinero ha supuesto el canon, de en qué manos ha terminado, y de cuánto se ha apoyado realmente al arte. ¿Dónde está realmente el "arte" de esos "artistas"? En haber sido capaces de convencer a unos políticos inútiles y mal documentados para que a partir de ahora les permitan vivir de la sopa boba.

Enrique Dans en Libertad Digital


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