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La Cultura y la crisis económica

La Cultura y la crisis económica


La Gala de los Premios a la Música organizada por la SGAE y la Consejería de Cultura es una muestra más del culto al derroche, la propaganda y la falta de una metodología coherente en la planificación estratégica de una política cultural moderna. Lo que percibe el ciudadano es el resultado de una decisión arbitraria que, en tiempos de aguda crisis económica con una marcada tendencia a empeorar, pone el dinero de todos al servicio de una ocurrencia improvisada. Se ha intentado justificar con la necesidad de poner a Badajoz durante un día en el mapa de la actividad cultural nacional, con un efímero lleno hostelero en la capital pacense y paremos de contar.

Eugenio Amaya - Extremadura Progresista .- Si hemos de creer a la entidad organizadora, la gracia nos ha costado cuatrocientos mil euros del ala a los contribuyentes extremeños y todo para que nuestras autoridades se codeen con famosos de la industria del disco y el pueblo se contente con aplaudir a la entrada del recinto a las estrellas que desfilaron por la alfombra roja del Palacio de Congresos.

En época de abundancia, el evento tendría un pase, pero en los tiempos que corren, convierte a la cultura en un lujo innecesario que muy pronto quedará estigmatizado a ojos de los ciudadanos que engrosan las filas del paro o echan el cierre a sus empresas. Este empecinamiento del gobierno autonómico en despilfarrar los fondos públicos en eventos rimbombantes muestra una alarmante falta de reflejos y una incapacidad manifiesta de interpretar adecuadamente la realidad económica que se nos ha echado encima. La capital cultural europea de este año, Vilnius de Lituania, país al borde de la quiebra,  se ha visto obligada a recortar su presupuesto en un cuarenta por ciento. Mientras tanto, en Extremadura se programan festivales sin ton ni son con el pretexto de hacer atractiva la candidatura de Cáceres 2016, un proyecto que, a estas alturas, se hace económicamente inviable y pone de manifiesto un desequilibrio sangrante en lo que deberían ser las prioridades de una política cultural medianamente razonable.

Este dirigismo irracional y manirroto se da de tortas con modelos de un desarrollo cultural sostenible y equilibrado que tienen como prioridad la calidad de vida de los ciudadanos a lo largo de todo el año, el protagonismo de los creadores locales, la implicación de agentes sociales y empresariales con intereses en la cultura, la puesta en valor de nuestro patrimonio histórico (Alcazaba de  Badajoz, por ejemplo), la implantación de la actividad cultural en el ámbito de la educación, entre muchas otras consideraciones. Se puede argumentar desde el gobierno extremeño que nuestra región disfruta de infraestructuras suficientes para atender la demanda cultural de los ciudadanos, así como de diversos programas que garantizan la actividad cultural de la región. Sobre el papel, puede que sea así, pero brilla por su ausencia un análisis de cómo funcionan estos programas y cual es el rendimiento de las infraestructuras construidas durante los años del maná venido de Europa.

La crisis económica se está convirtiendo en un brutal espejo que refleja, entre otras muchas cosas, la confusión de nuestros valores, nuestras carencias, la necesidad de modificar radicalmente nuestro modus operandi como sociedad.  Si nuestros gobernantes no son capaces de asimilar la magnitud de los retos que se avecinan es que, o son ineptos, o están haciendo una irresponsable dejación de funciones con lo cual demuestran su incapacidad para asumir las responsabilidades que se les han encomendado. Hay que recordarles que son ellos los que están al servicio de los intereses de los ciudadanos y no al revés. Se va haciendo necesaria la creación de una gran plataforma cultural que implique a creadores, gestores, empresarios, asociaciones que, en el marco de unos objetivos cualitativos y cuantitativos, elaboren un inventario de lo existente, propongan nuevas necesidades y diseñen un calendario de puesta en práctica de acciones destinadas a mejorar nuestro tejido cultural y dar un nuevo impulso al desarrollo cultural de nuestros pueblos y ciudades. No podemos permitirnos el lujo de dejar en manos de unos políticos desprovistos de visión estratégica, anclados en la rutina y la inercia y obsesionados con el autobombo y la propaganda, la ejecución de los programas y presupuestos destinados a la cultura. Son nuestros recursos los que están en juego, nuestras expectativas de construir una realidad mejor y poner remedio a tanto despilfarro arbitrario. Esto requiere asumir nuestra responsabilidad ciudadana y participar activamente en el cambio de un modelo agotado, ahogado por gastos de corto recorrido que, con el transcurrir de los días, corre el riesgo de pasar del todo a la
nada.