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El informe Gallo y los derechos de autor

El informe Gallo y los derechos de autor


Estos días se vota en el plenario de Estrasburgo el informe Gallo. Una vez más, la industria se dedica a criminalizar a sus propios clientes. Una vez más, siguen sin darse cuenta de que ninguna empresa que base su modelo en atacar a sus clientes tiene posibilidades de supervivencia. Y una vez más, siguen aferrados a un barco que se hunde, en lugar de encontrar alternativas para reconvertirse y evitar ese hundimiento, que ellos mismos están acelerando.

En el Informe Gallo, se repite el mismo esquema que ya hemos visto en tantas otras propuestas similares. El usuario es un delincuente a priori y lo único que importa defender son los intereses de los gestores ( como si la cultura fuese a desaparecer si los actuales gestores lo hicieran) Sólo de forma leve se menciona que los ciudadanos y consumidores también tenemos derechos. El pretendido equilibrio que dicen que hay que conseguir entre los derechos de autor y los de los ciudadanos sigue sin aparecer por ninguna parte, tampoco en este informe.

La industria sigue sin (querer) enterarse. Está por ver si son finalmente los políticos los que acaben por dar un paso al frente en defensa de la ciudadanía y empiecen a marcar los límites entre el uso y el abuso de los derechos de autor. En sus manos estará poner finalmente algo de cordura, y empezar a defender los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos y a la vez consumidores; consumidores sin los cuales la industria de la cultura, que no la cultura en sí, estaría muerta.

Por lo tanto, si los políticos quieren defender realmente a los creadores (que nada tienen que ver con los que manejan el dinero de los creadores) y si realmente quieren defender y promover la cultura en un mundo conectado y globalizado, sólo tienen una salida:


1. Rechazar contundentemente el discurso de la criminalización de los consumidores de soportes digitales y equipos electrónicos. .


Se criminaliza a los usuarios y consumidores de nuevas tecnologías cuando se les cobra un canon por soportes y dispositivos "por si acaso" alguna vez copian contenido protegido, aunque en la mayoría de los casos no acaben haciéndolo. Siguiendo este curioso modelo de recaudación, habría que plantearse también encarcelar a la gente durante un período de tiempo determinado para que cumplan la condena por anticipado, "por si acaso" alguna vez cometen un asesinato. No importa que la inmensa mayoría de nosotros nunca lo lleguemos a cometer.



2. Rechazar las trabas a que los usuarios legítimos de las obras ejerciten el derecho a disfrutarlas, derecho por el que ya han pagado al adquirirlas. .


Cuando se implementan sistemas DRM para proteger el contenido, se está impidiendo el disfrute de la obra por el consumidor que la ha adquirido. Cuando un sistema DRM sólo permite reproducir una obra en el ordenador de sobremesa e impide, por ejemplo, copiarla al ordenador portátil o al reproductor mp3 para poder disfrutarla también al salir de viaje, se está privando del derecho a disfrutar la obra por el que se ha pagado ya. El DRM no piensa, los bits no razonan, y el único objetivo de estos sistemas es dificultar la copia a todos, sin excepción, sin distinguir si el usuario que la intenta hacer está legitimado o no para ello.



3. Darse cuenta de que, además, los sistemas de protección anticopia son inútiles, y que por tanto, las medidas que pretendan legalizarlos o imponerlos son una completa pérdida de tiempo y recursos. .


En el mundo digital no existe nada imposible de copiar, de igual forma que suele decirse "que el agua no tiene huesos" y fluirá antes o después por cualquier resquicio, por pequeño que éste sea. Cada vez que la industria de contenidos crea contenido protegido por alguna variante de DRM, miles de personas de todo el mundo encuentran un reto interesante en descifrarlo y acaban por conseguirlo. Sin embargo, como ya se ha dicho, el consumidor que ha adquirido la obra encuentra un sin fin de obstáculos para poder disfrutarla como es su derecho, penalizándolo como si estuviera haciendo algo ilegal. En definitiva, no se consigue evitar la copia y a la vez se penaliza al usuario que la ha adquirido legítimamente. Todo inconvenientes y ninguna ventaja.

Y cuanto antes quiera darse cuenta la industria de que no hay nada imposible de copiar, antes podrán empezar a plantear un debate serio entre todas las partes implicadas sobre una nueva visión de los derechos de autor, que logre el justo equilibrio entre el incentivo a la creación que debe existir y el derecho al acceso al conocimiento compartido por parte de la sociedad en su conjunto.


4. Reducir el período de vigencia del copyright. .


Mucha gente está de acuerdo en que el autor debe recibir una adecuada compensación por su obra para que tenga algún incentivo que le motive a seguir creando y que le permita vivir de su trabajo, esto es, de la creación artística. Pero... ¿95 años de vigencia? Lo único que consigue eso es precisamente que el creador no tenga ningún interés en seguir generando cultura porque bastará que haya trabajado unos años para que tanto él, como sus hijos y nietos, puedan vivir de las rentas sin dedicarse a nada más, y por tanto, desincentivando el que se siga generando riqueza cultural.


5. Descubrir que pagar por copias no tiene sentido en un mundo digital.

El origen de pagar por las copias se remonta a los inicios de la imprenta, cuando había que sufragar de alguna manera los enormes gastos que suponían la construcción y mantenimiento de las máquinas y del personal que se dedicaba a realizarlas. Hoy día, pagar por copias ya no tiene sentido puesto que el coste de realizar copias perfectas de bits es prácticamente cero. Como dicen algunos, hoy día la única diferencia entre el original y la copia es la cajita en la que viene envuelta cada una.


6. Descubrir que compartir es rentable. .


Cualquier experto en marketing sabe que el boca a boca tiene un efecto multiplicador en lo positivo, y devastador en lo negativo. Una mala experiencia con un producto de una compañía hará que muchos de nuestros parientes y amigos jamás se planteen adquirirlo, mientras que una experiencia muy positiva hará que transmitamos ese entusiasmo que hemos sentido a todos ellos, aumentando las probabilidades de venta del producto.
De igual forma, compartir una obra de un artista sin ánimo de lucro como se hacía en los tiempos del casette aumenta la posibilidad de que un artista sea conocido, difunde su obra y eso aumenta las probabilidades de que la gente se decida a asistir a sus conciertos o a adquirir merchandising relacionado con ese autor.
Si se analizan estudios serios sobre la compartición de archivos, como el exhaustivo informe de 142 páginas que encargó el gobierno holandés se descubre que compartir la cultura no sólo no es perjudicial, sino que además puede ser muy rentable, y constituye uno de los factores principales que explican el por qué hoy día se consume más cultura que nunca. La difusión no mata la cultura, la promueve.

7. Reconocer el actual secuestro de la cultura.

Hoy día, toda la ciudadanía está "secuestrada" por la mal llamada industria cultural. Una industria que, por ejemplo, dirige a la gente diciéndole a través de las denominadas radiofórmulas lo que le tiene que gustar y lo que tiene que comprar. Es más, un artista que no guste a los directivos de una discográfica jamás podrá ver su disco publicado ni llegar a su posible audiencia si no es compartiendo su obra en Internet. No parece que el modelo actual en el ámbito musical sea la mejor forma de incentivar la diversidad en la creación cultural ni de generar riqueza (no sólo económica) para la sociedad, sino que más bien genera "cultura fotocopiada" que no aporta nada nuevo.

Además, si alguien quiere adquirir un disco de los denominados "descatalogados", jamás podrá conseguirlo porque esa misma industria ha decidido que ya no va a suministrar la obra. Sin embargo, el uso de Internet y el hecho de que el coste de las copias utilizando este medio es prácticamente nulo permitiría que se pudiera adquirir en cuestión de segundos cualquier obra, rebajando drásticamente el coste de volver a ponerla en circulación y por tanto, haciendo que sea rentable; algo que, con el actual modelo de negocio ya obsoleto, no lo es. Por tanto, la industria se apropia de unas obras que se niega a poner a disposición de los consumidores, a pesar de que los consumidores estén dispuestos a pagar por ellas.


Éstos son sólo algunos de los hechos que deberían descubrir políticos como los que tienen que votar esta semana el Informe Gallo; y esperamos que esos políticos sean sensibles al cambio cultural que ha supuesto Internet, y por tanto rechacen claramente este informe.

Éste es el punto de partida para empezar a analizar con seriedad cómo debemos plantearnos la cultura y su gestión en un entorno, el del siglo XXI, dominado por Internet, donde las copias como tales no tienen valor, donde la gente quiere decidir por sí misma la cultura que le gusta y la que no, donde los protagonistas de la cultura deben ser los creadores y los consumidores, no los intermediarios, y donde compartir, como siempre ha ocurrido, nos enriquece a todos.

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