¿”Regular” las redes sociales? ¿Por qué no regulas tu sentido común?
Las reacciones de ese tipo tienen varias caracterÃsticas: la primera, y más clara de todas ellas, es que son minoritarias. Muy minoritarias. Si alguien pretende atribuir semejantes comentarios a una mayorÃa de la población o de los usuarios de la red, es que sencillamente no sabe matemáticas o tiene muy mala intención – o una combinación de ambas cosas.
La segunda caracterÃstica es que tienen lugar independientemente del medio que se utilice. Dale a un tonto un micrófono, y dirá tonterÃas, sea en la radio, en la tribuna de un mitin, en Facebook o en Twitter. Da igual. Un tonto es un tonto, y por definición, dice tonterÃas. Que en algunos sitios las pueda decir de manera supuestamente anónima no cambia nada: ni ese anonimato es real, ni servirÃa para ocultarse en caso de comisión de un delito, ni mucho menos quiere decir que todos los que usan el anonimato sean imbéciles. Hay muchÃsimos más comentarios razonables que comentarios estúpidos hechos por anónimos, y si no lo crees, hazte un favor y dimite de la raza humana, que seguramente no te echará de menos. El anonimato es un derecho, y su ejercicio no tiene nada que ver con las injurias. Ambas son variables disjuntas.
La tercera caracterÃstica es que la ley tiene muy claro desde hace muchos años cómo tratar ese tipo de temas. Existe amplia y abundante jurisprudencia a todos los niveles sobre cómo interpretar ese tipo de comentarios hechos en público: cuándo suponen un delito de injurias, cuándo de apologÃa de un delito, cuándo una difamación o cuándo un libelo. Está clarÃsimo, y cuando no lo está, los jueces están hartos de interpretarlo y dirimirlo. Se produzcan las declaraciones donde se produzcan, sea gritando en la calle, en una televisión, en una radio, en un periódicoÂ… o en una red social. Da lo mismo: un delito es un delito, no hay más matices.
La idea de “regular las redes sociales” entronca con una vieja pretensión de la polÃtica española reciente: la de “poner bajo control” un medio cuya dinámica se les escapa. Los precedentes que evidencian un papel importante de las redes sociales en la llamada primavera árabe provocan un miedo general en toda la clase polÃtica de todos los paÃses que creen ver aparecer tentativas insurgentes en todo movimiento de protesta que surja apoyado desde la red. En el caso de España, la reciente operación lanzada por el gobierno actual para modificar radicalmente la lÃnea editorial de tres de los grandes periódicos españoles – tan clara que deberÃa hacer que todo aquel periodista que se precie de serlo estuviese mesándose los cabellos y dando gritos en las redes sociales o en la misma calle – deja perfectamente clara cuál es la actitud del gabinete Rajoy en lo tocante al control de los medios y a la libertad de expresión e información. Muchos polÃticos españoles “no se sienten cómodos” en las redes sociales, las ven como un “medio hostil” en las que son insultados, amenazados o perseguidos cada vez que abren la boca. Pero eso habla mucho más de otras cosas y de otros problemas, que de la necesidad de “regular” las redes sociales.
Por eso, que aparezca un ministro del Interior y haga unas declaraciones afirmando que están estudiando cómo “regular” las redes sociales es algo que deberÃa darnos miedo. Mucho miedo. Porque los delitos son delitos se hagan donde se hagan, y ya están perfectamente regulados. Si alguien, al pasar por la calle, nos espeta una barbaridad como algunas de las que se han podido ver o leer recientemente, pensaremos muchas cosas: que es impresentable, maleducado, que tiene un gusto pésimo, una inexistente sensibilidad, o directamente que es despreciable. Intentaremos evitar a esa persona, no compartir nada con ella, considerarla inadaptada para la vida en sociedadÂ… pero salvo que efectivamente haya injuriado, difamado o hecho apologÃa del delito, ahà se quedará la cosa. Si es delito, es delito, y no necesitamos leyes nuevas para definirlo. Si no lo es, si se trata de mala educación, mal gusto o estupidez congénita, tener al ministro de turno respirándonos en la nuca y amenazando con actuar de oficio mientras gruñe que “nos va a regular” no es un clima deseable para un paÃs supuestamente libre.
Es fundamental que dejemos de considerar la red como un lugar o un fenómeno distinto al resto. Que nos olvidemos de llamar “internautas” a los que usan internet, como no llamamos “callenautas” a los que andan por la calle, ni “periodiqueros” a los que leen un periódico. Son, simplemente, personas, ciudadanos normales. En un paÃs en el que el 80% de los ciudadanos utilizan la red regularmente, pretender que los que la usan son diferentes al resto o merecen una regulación especial es sencillamente absurdo, anacrónico. Posiblemente, los que merecerÃan una regulación especial son, cada dÃa más, los que no la usan, una minorÃa cavernaria que se opone radicalmente al progreso y que cada dÃa da más miedo en algunos temas. El friki ya no es el que usa la red, sino el que no la usa.
Las reglas ya están hechas, y se aplican igual a lo que ocurre en la red y fuera de ella. No, no hay nada que regular. Salvo el sentido común del que pretende regularlo y controlarlo todo.
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(This article is also available in English in my Medium page, “Regulate the social networks? Let’s regulate common sense first…“) Reproducido del blog de Enrique Dans