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opinión de enrique dans

La simplificación de los términos de servicio, una buena consecuencia de GDPR


La inminente entrada en vigor del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) el próximo día 25 de mayo, que obliga no solo a las compañías radicadas en Europa sino también a todas las que pretendan ofrecer productos o servicios a ciudadanos de la Unión Europea, está teniendo una primera consecuencia interesante: una gran cantidad de compañías están reescribiendo sus términos de servicio (TOS) con el fin de convertirlos en documentos que un usuario medio, sin necesidad de un conocimiento profundo de leyes, pueda aspirar a entender.





La opacidad y longitud de los documentos que definen los términos de servicio es un tema sobre el que he escrito en numerosas ocasiones: la cajita que marcamos para indicar que, supuestamente, hemos leído y entendido los términos de servicio cuando abrimos una cuenta o nos damos de alta en un servicio es, sin duda, la gran mentira de internet. Pretender seriamente que alguien se lea y entienda cincuenta y seis páginas de cláusulas referentes a todo tipo de aspectos escritos no en español ni en inglés, sino en “legalés” es algo completamente absurdo, y es además uno de los temas que GDPR ha expresado de una forma razonablemente clara: el reglamento subraya como requisito un lenguaje claro y sencillo a la hora de explicar el consentimiento al usuario, algo que, en la gran mayoría de los casos, está muy alejado de la situación que vivimos actualmente.

Pero obviamente, las compañías que utilizan este tipo de documentos largos, enrevesados y complejos no lo hacen por capricho: cuando la red comenzó a convertirse en un vehículo para actividad económica, la provisión de servicios o la venta de productos, muchos vieron la oportunidad de aprovecharse de una mentalidad que surgía, en principio, de una actitud básicamente ingenua, de una comparación directa con las actividades correspondientes fuera de la red. Cuando cuando entramos en una tienda en la calle, paseamos por ella mientras examinamos productos en sus estanterías, tomamos alguno, lo pagamos y nos vamos, no firmamos ningún tipo de documento de términos y condiciones de servicio. Cuando esas actividades pasaron a la red, en un contexto en el que mucha de la interacción cambiaba y se situaba de repente en un entorno que, para la mayoría de los usuarios, generaba más incertidumbre, las compañías se vieron en la necesidad, en muchos casos debido a acciones y casuísticas generadas por los propios usuarios, de poner por escrito los las reglas que gobernaban esos intercambios comerciales. De nuevo, el leguaje jurídico no es alambicado, complejo y difícil de leer por capricho de alguien, sino por una necesidad de concreción, de definición que evite las ambigüedades, que deje muy poco a la interpretación. Así, los asesores jurídicos de estas compañías, ante un contexto redefinido, trataron de contemplar todos los posibles supuestos y de reflejarlos en los términos que conocían, en el lenguaje que estimaban que tenían que utilizar para tratar de blindarse ante cualquier eventualidad.

El resultado está claro: el propio Mark Zuckerberg, cuando un senador le leyó una parte de la primera página del largo documento de TOS de Facebook y le dijo que aunque era abogado, era incapaz de entender lo que decía esa frase, contestó que “no creía que el usuario medio fuese a leerse todo ese documento”. ¿En dónde nos deja algo así? Sencillamente, en que ese usuario medio, en efecto, no se lee nada, y simplemente confía que esos TOS estarán redactados con “sentido común”. Así, como comprobaron dos profesores cuando pidieron a sus alumnos que se diesen de alta en una red social inventada, podemos esconder entre las cláusulas de los TOS cualquier cosa, incluso la obligación de entregar sin condiciones a la compañía a nuestro primer hijo, que los usuarios llegarán, harán clic en el cuadradito indicando que han leído y entendido el acuerdo, y seguirán adelante con su vida, completamente ignorantes con respecto a lo que han firmado.

A lo largo del tiempo, la evidente incoherencia entre lo que los usuarios supuestamente aceptan y la imposibilidad de leerlo o entenderlo se ha hecho patente en numerosas ocasiones: después de todo, los TOS actúan, salvo en casos claramente abusivos, con la validez de un contrato, y los abogados pueden utilizarlos en toda la extensión de sus intereses. En el año 2012, el francés Hugo Roy, actualmente en la Free Software Foundation Europe, creó Terms of Service, Didn’t Read, un servicio con plugin para el navegador incluido, que permite calificar los documentos de TOS de las compañías y aspira a explicarlos o a hacer presión de cara a su eventual simplificación. Ahora, en pleno paroxismo por la próxima entrada en vigor de GDPR y mientras muchas compañías se quejan de la dificultad para adaptarse a sus requerimientos, podríamos encontrarnos con que uno de sus primeros efectos sea precisamente ese: que las compañías se vean obligadas a hacer un esfuerzo por convertir sus TOS en documentos realmente legibles, que una persona normal pueda aspirar razonablemente a leer y entender. Si es así, puede ser que hasta haya valido la pena. Y si en tu compañía no os habéis puesto aún con ello, ya va siendo hora…

 

 

 

This post is also available in English in my Medium page, “The simplification of TOS, a positive effect of GDPR” 

Reproducido del blog de Enrique Dans


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