Jornada 25 Aniversario Asociacion de Internautas


OPinión de Javier Cuchí en El Incordio

Internautas, con dos...


Muchos de los ratos que en estos días de fiestas -los que he tenido de fiesta- no he dedicado a pelearme con la migración de «El Incordio», imposibilitado de actualizarlo, los he empleado en contemplar con una cierta distancia los últimos acontecimientos, la fase más pausada de la resaca del leysindazo que hizo morder el polvo a la Sinde y a todo su entorno.




He observado, en ciertos ambientes, una especie de súbita alergia a la palabra internauta, como si manchara… o como si identificara con un ámbito muy concreto de la red. Aparte de ello, el enemigo lleva ya tiempo intentando dejarla sin contenido sobre la base de repetir aquello de internautas somos todos, que da como un repelús oírselo decir a la ministra de la embajada americana.

La palabra internauta es un neologismo no admitido por la RAE (pese a que algún intento se ha hecho desde la AI para que entrara en el diccionario) aunque sí lo ha sido por el diccionario del Institut d’Estudis Catalans. Éste último lo define como usuario de la red informática Internet y está muy ajustado al significado que desde la Asociación de Internautas se le quiso dar desde un principio. Lo de la palabra internauta tiene su historia que, por cierto, fue explicada hace cosa de año y medio por nuestro vicepresidente. Por tanto, y hasta que la RAE no le conceda a la palabra el honor de formar parte del acervo común, podríamos decir, sin la menor pretensión apropiativa, que la palabra internauta es nuestra.

Pero que sea nuestra no significa que su uso deba ser exclusivamente atribuible a nosotros: si bien se concibió como marca identificativa de una entidad, no es menos cierto que esa marca procedía de la intención de designar a todos los que, asociados o no, utilizaban la red habitualmente. Lo que en los años fundacionales de la AI, ojo al dato, era una muy caracterizada minoría.


Con el tiempo, y aunque no guste a quienes sí gustan de cogérsela con papel de fumar, el uso de la palabra internauta se ha generalizado tanto que, efectivamente, en puridad podría aplicarse a la ciudadanía entera, puesto que cada vez van siendo menos los españoles que no utilizan la Red, siquiera esporádicamente.

Pero la costumbre se va modificando y ya desde hace un tiempo -años más que meses- vengo notando que los medios y la gente en general utiliza la palabra internauta en un contexto de activismo. Internauta sería, pues, no solamente el que utiliza la Red sino el que la promueve, la defiende y la protege. O lo intenta. Por supuesto, esté o no asociado a la AI. En la propia AI hace mucho tiempo, muchísimo, que hemos abandonado la pretensión -si algún día la tuvimos, que lo dudo- de monopolizar el activismo en Red como algo exclusiva y estrictamente nuestro, si bien hubo un tiempo en que, ciertamente y con escasísimas salvedades, sí pudo decirse que el activismo en Red era esencialmente la Asociación de Internautas. Aunque siga sin gustar a más de uno. Y esa elitización de la palabra internauta irrita especialmente al enemigo, a la Sinde y compañía, que parecen ver en ello -estúpidamente, en tal caso- una mayor gloria de la AI.

La gloria de la AI reside precisamente en eso: en que ya no estamos solos, en que, con el transcurso del tiempo, se ha ido sumando gente y más gente a nuestro esfuerzo y parte de esa gente ha formado otras asociaciones, creando una constelación que no sólo no debilita al conjunto sino que lo ha fortalecido. Contra lo que pueda pensar algún gilipollas -incluso de los de nuestro entorno, que los hay-, cuando oímos hablar, como estos últimos días, de asociaciones de internautas, nos henchimos de orgullo. Pensamos, por ejemplo, en todos los que han intentado hacernos desaparecer mediante mil artes diversas, sin conseguirlo, y nos regocijamos pensando que, si lo consiguieran ahora, bueno, sí, causarían una pérdida sensible al mundo internauta, acabarían con un referente histórico, pero no habrían dado ni un sólo paso adelante para ganar esa guerra que, a cada día que pasa, se les escapa de las manos. Podrían -si hubieren- liquidar a la Asociación de Internautas y seguiría habiendo internautas -aunque la palabra siga sin gustar a los del papel de arroz- de sobra para amargarle la vida a divinis al apropiacionismo y a la embajada americana.

Otra cosa, todavía dentro de la cuestión, fueron algunas reacciones a la reunión con Álex de la Iglesia, por parte de algunos que empezaron a cacarear que si los asistentes del lado internauta eran representativos, que si no eran representativos, que si había de más o que si había de menos.

En primer lugar, esa reunión se convocó desde un primer momento como una charla, como un simple intercambio de opiniones predominantemente informal. No se había de llegar a ningún acuerdo ni había de ser el principio de nada, cuando menos, así, planificadamente. Eso por no entrar en opiniones -bastante plausibles, a mi modesto entender- según las cuales esa reunión fue, por parte de Álex de la Iglesia, un lanzamiento de humo de colores para vestir de marinerito al pegote Biden-Sinde en su camino al Senado.

Pero, en segundo lugar, me hace gracia la soberbia que algunos mindundis no pueden ocultar. Cuando alguien ajeno a un colectivo quiere conocer -o hacerlo ver- la realidad de ese colectivo porque a priori no conoce de nada sus interioridades, lo que hace es llamar a los elementos más visibles del mismo. Su mucha o poca representatividad no importa nada porque, insisto, estamos hablando de una simple charla, no de conversaciones para llegar a un acuerdo. Si yo, por ejemplo, quiero conocer el mundo abertzale, no necesito dar mil vueltas para tomar el café con Josu Ternera: me basta con ir a almorzar a una determinada casa de comidas guipuzcoana donde hace cinco años una señora que atendía allí me puso la cabeza como un bombo porque media familia suya estaba en el mako. Pero resulta que hay alguna gente que porque tiene muchos amigos en Facebook o sale mucho en los agregadores o no para de atorrar en Twitter, considera que sin su consagradísima presencia nada es válido, nada es representativo, nada tiene valor. Y lo curioso es que los que más fuerte protestan por la poca representatividad de los presentes en un momento determinado, son los que, en sí mismos, no representan una mierda.

Los hay que a base de que les llamen gurús han acabado creyéndoselo y cuando los celitos les asoman por entre las almorranas se dedican a la zapa destroyer: nada vale, nada sirve, este no representa a nadie y, además, es un vendido y un traidor. Y ellos mearían colonia y vete a saber qué llegarían a firmar con ella -en su importante representantividad- si los invita a un café un subdirector general de Coordinación Administrativa. El escenario que más complace precisamente al enemigo. El caso es que para que estuvieran todos los representativos, las conversaciones con los internautas habría que realizarlas en el Bernabeu. Vaya plan.

En fin, no pasa nada. No pasa nada porque el enemigo no tiene la menor intención de negociar nada con los internautas, ni con los representativos ni con los que no lo son. Pero no dejan de ser lamentables y cochambrosos algunos comportamientos -que en la mayoría de los casos sobrepasan la frontera del ridículo- y que sólo sirven, en todo caso, para complicar las cosas y para hacerlas más difíciles de lo que ya son. A veces pienso que más me vale tomarme la cosa con humor, porque si vivo para ver escrita la historia de la lucha internauta de estos tiempos presentes (la de todos los internautas, según es mi costumbre habitual expresarme), habré de leer cosas que me harán saltar de la butaca.

Y más valdrá que sea de risa que de cólera.


OPinión de Javier Cuchí en El Incordio


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